Cultura

Las ciudades destruyen las costumbres

El papel en el que José Alfredo garabateó “Las ciudades”. ESPECIAL
El papel en el que José Alfredo garabateó “Las ciudades”. ESPECIAL

Entre las muchas cosas que he ido aprendiendo sobre mi padre a través de la gente que he conocido, recientemente me topé con una que me dejó sorprendida y con el ojo cuadrado. En 1964 José Alfredo viajó a España con la ilusión de planear una gira de trabajo por distintos lugares del país. Por lo que a su regreso platicó, sabemos que le gustó mucho Madrid en donde conoció a María Dolores Pradera, disfrutó de la cocina española –una de sus favoritas–, visitó distintos sitios en donde se hacían espectáculos de flamenco, y recorrió algunas ciudades de Andalucía porque se identificaba con su música y sus cantos desde niño.

Cabe recordar en este momento, que su tío y padrino Eusebio Jiménez le enseñó de niño a cantar temas de Agustín Lara, en particular, a mi padre le gustaba “Granada”. Cuentan, que mi abuelo Agustín, después de cerrar la botica, organizaba con frecuencia tertulias en la casa de Dolores, en la calle de Guanajuato 13. La abuela Carmelita preparaba la merienda en la que nunca faltaban sus deliciosos buñuelos de rodilla, acompañados con la miel de piloncillo y canela. En esas reuniones los amigos, aficionados a la música y a la poesía, acostumbraban declamar o cantar las canciones que estaban de moda.

Las descripciones de Lara despertaron en José Alfredo la curiosidad por el lenguaje y la forma de versificar lo impulsó, desde niño, a componer parodias que dedicaba a sus animalitos, utilizando tanto las canciones del mismo Agustín, como las de Gabilondo Soler Cri-Cr”. Por esa razón tenía deseo de recorrer aquellas ciudades que el compositor retrataba con tanta precisión.

Sabíamos que había escrito una canción inspirándose en el “Camino de Sacromonte”, así la tituló; sin embargo, solamente lo menciona de esta manera: “Camino de Sacromonte de faroles amarillos déjame gritar su nombre, déjame gritar su nombre pa’que vuelva a estar conmigo…”.

No obstante, me sorprendo al enterarme (casi 50 años después de su muerte) que, un poco a escondidas, José Alfredo viajó a París quizás de incógnito, tal vez ocultándonos aquel periplo, porque sabía que mi madre tenía grandes deseos de conocer la Ciudad Luz de la que tanto se hablaba o, simplemente, para mantenerlo en secreto.

Resulta que hace un par de meses estuve en Madrid y, platicando con mi amiga María Victoria Arechabala, salió a colación la canción de “Las ciudades”. Toya, como la llamamos de cariño, escribió la primera tesis doctoral sobre la obra de mi padre. Las canciones de José Alfredo Jiménez: una escucha analítica. Así que, con frecuencia, nuestro tema son las letras y sus historias.

“Te vi llegar y sentí la presencia de un ser desconocido. Te vi llegar y sentí lo que nunca jamás había sentido…”.

Toya afirmó: “Eso fue un flechazo, un deslumbramiento…”. Yo, intervengo señalando: “A nosotros nos platicó que había visto a mi madre desde su automóvil detenido por el semáforo en rojo y que de ahí le había surgido la idea”. Mi amiga insiste en que a ella se lo contó, de primera fuente, un conocido suyo que fue quien paseó con mi padre por París. “¿Cómo?José Alfredo nunca fue a París”, digo yo, sintiéndome segura. “Sí que fue, mi amigo lo tiene firmado”.

Entonces, se comunica con Gonzalo, pone el celular en altavoz, nos saludamos afectuosamente y el amigo comienza a narrarnos la historia a las dos. El hermano de Gonzalo Reig había hecho una gira por México, Centro y Sudamérica en 1963, y en su paso por nuestro país había conocido a José Alfredo. Cuando supo que mi padre andaba por España se puso en contacto con él y lo llevó a recorrer varios lugares que sabía que serían de su interés. Cabe agregar que eran gente de parranda, bohemios de cepa. Así que, de pronto, decidieron que valía la pena trasladarse a París para que José Alfredo conociera el Lido y el ambiente verdaderamente bohemio, pues España vivía bajo el gobierno de Franco y la censura era la carta de presentación de su gobierno. En París estaba viviendo Gonzalo quien estudiaba y financiaba sus estudios cantando canciones en lengua hispana con amigos de distintos países de América.

“Te quise amar y tu amor no era fuego, no era lumbre. Las distancias apartan las ciudades, las ciudades destruyen las costumbres…”.

Me causó mucha gracia saber que mi padre estuvo tan contento en el Lido que pedía que repitieran el espectáculo otra vez, pero claro, eso no era posible así que decidieron regresar al día siguiente. No obstante, el viaje tenía su límite y debía volver a México.

“Te dije adiós y pediste que nunca te olvidara. Te dije adiós y sentí de tu amor otra vez la fuerza extraña, y mi alma completa se me cubrió de hielo y mi cuerpo entero se llenó de frío y estuve a punto de cambiar tu mundo, de cambiar tu mundo por el mundo mío”.

Ahora que escribo estas líneas pienso que, quizás, mi padre insistió tanto para que yo fuera a estudiar pintura a París por esa experiencia que vivió fortuitamente, gracias a aquellos amigos. Cuenta Gonzalo que José Alfredo tarareaba una canción y le decía algunos versos. Él trataba de seguir la melodía con la guitarra, pero tenía una estructura compleja. Lo siguieron intentando una y otra vez. Sin embargo, de repente cantaba otra. Hasta que Gonzalo le dijo: “Canta otra vez esa de ‘Las ciudades’”, fue entonces que mi padre garabateó la letra en un papel y la tituló como su nuevo amigo la había llamado.

Aquí les dejo este manuscrito.


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Paloma Jiménez Gálvez
  • Paloma Jiménez Gálvez
  • [email protected]
  • Estudió la maestría en Letras Modernas en la Universidad Iberoamericana, y es Doctora en Letras Hispánicas. Desarrolló el proyecto de la Casa Museo José Alfredo Jiménez, en Dolores Hidalgo, Guanajuato. Publica su columna un sábado al mes.
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