La frase de la Presidenta en la mañanera, con todo y sonrisa traviesa, fue una orden.
La noche anterior, el equipo de investigación periodística de Televisa había publicado un reportaje sobre los ingresos, declaraciones fiscales y declaraciones ante las entidades gubernamentales que correspondían por ser funcionario de Adán Augusto López Hernández. Las cifras presentadas, el origen, los orígenes de ese dinero eran de escándalo por ser de un funcionario público, ex gobernador, ex secretario de Gobernación, líder de los senadores del partido que nació, vive, presume de austero y de separar el poder económico del político.
Si bien los documentos indicaban que el senador tabasqueño no era muy fiel a esos principios, sí entendió otro: aquí manda la Presidenta.
Así que semanas después de andar echado para delante, maltratando compañeros de partido en el Senado, reporteros y opositores sin explicar su relación con el acusado líder de La Barredora, al que él nombró secretario de Seguridad en Tabasco, citó a una conferencia de prensa.
Y todo —seré muy generoso— salió mal. El senador necesita un mejor asesor de comunicación. Corrijo, necesita un asesor de comunicación. Lentes puestos, lentes fuera, buscando entre decenas de papeles que no encontraba a la primera; pon tal cosa en la pantalla, no, esa no, otra; regañando reporteros por ciertas preguntas que no le gustaban, harto aspaviento… en fin.
En resumen: pues sí, las cantidades son correctas, ese dinero sí lo recibió. Pero no se confundan: él es mejor notario público de la historia de Tabasco. Lo otro es de unas herencias, dijo.
La perla de la conferencia la encontré en el intercambio con la reportera de Televisa, cuando le preguntó si no había conflicto de interés con una empresa (Rabatte) que primero recibió contratos de su gobierno en Tabasco y luego cuando la competencia por la candidatura contrató al ex gobernador por millones.
—Yo de manera directa nunca otorgué ningún contrato a Rabatte.
—Siendo gobernador, ¿su gobierno no?
—Mi gobierno no sé, pero yo no.
Más claro, ni el agua. El gobernador y luego el secretario de Gobernación andaba, supone uno, en otras cosas: el lío de la herencia, la venta de ganado, su notaría. Nomás faltaba que se distrajera en cosas como quién era su secretario de Seguridad o a quién le daba contratos su gobierno.
Como dijo el senador: “a todo santo le llega su capillita y todo va a tener su tiempo”.