
Hablar sobre creatividad, además de ser complejo y vasto, puede causar polémica o hasta conflicto. Sin embargo, yo asumo la responsabilidad al afirmar que mi padre fue un ser creativo. Por lo general, la gente comenta que José Alfredo fue un hombre inspirado; quizás este lenguaje cotidiano me ayuda a precisar o definir que uno de los rasgos característicos de papá fue su talento. Me consta que componía sus canciones con extraordinaria facilidad. De niña no le daba importancia, me parecía algo natural a su persona; pero es precisamente esa naturalidad la que después me asombró, y aún me sigue asombrando. Yo lo atribuyo al acto de sorprendernos que emerge en el momento en que algo nos deslumbra, es decir, desaparece la sombra y el objeto de tu asombro se ilumina.
Al ver lo extraordinario surgieron en mí muchas preguntas. Creo que fue entonces cuando empecé a estudiar la obra de mi padre con otros ojos, con una intención académica, para desentrañar las dudas y presentar los aspectos de su creatividad desde la investigación y el análisis.
Podemos pensar que cada canción nace de algún acontecimiento, motivo, razón o historia; no obstante, sabemos poco de cada tema en particular. Si la lírica se origina gracias a la necesidad que el poeta tiene de manifestar su propia conciencia artística, podríamos concluir que en cada canción quedan plasmadas las emociones del compositor. Es eso lo que, de diversas maneras, vamos rastreando, a reserva de que, a veces, conocemos también la narrativa que llevó a la creación de la obra.
Lo escrito anteriormente me mueve a contarles una anécdota que considero les gustará, estimados lectores. Sabemos que el 18 de noviembre de 1901 hubo una redada policial en una residencia ubicada en los lindes de la Ciudad de México, en la colonia Tabacalera, en donde se llevaba a cabo un baile clandestino entre cuarenta y dos varones; veinte vestidos de mujer y veintidós, de hombre. La prensa de la época hizo escarnio de aquel evento, señalando a los organizadores: Ignacio de la Torre y Mier y Antonio Adalid; del primero no se pudo probar, pues no lograron encontrarlo y por ser el yerno del presidente Porfirio Díaz, se trató de ocultar el hecho. Sin embargo, La hoja suelta publicó un grabado de José Guadalupe Posada, titulado Los 41 maricones, en donde bailando aparecían los supuestos asistentes. Desde entonces, el número 41 quedó estigmatizado por la sociedad mexicana, al grado que los varones no debían cumplir 41 años, saltaban de los 40 a los 42; en las nóminas no aparecía el número 41, no había batallones ni regimientos con la cifra 41 y algunas calles, para evitar esa nomenclatura, señalaban 40bis. Entre los amigos, con el fin de molestar al cumpleañero, se acostumbraba organizar un festejo en el que continuamente se le recordaba, con bromas picantes y alusivas, la cifra que cumplía.
El 19 de enero de 1967 José Alfredo cumplió 41 años y compuso “Si nos dejan”, un bolerazo que tantos quisieron y quieren interpretar. Chucho Arroyo llegó temprano a la casa de Gabriel Mancera con lo indispensable para servir los platillos que a su amigo Fello le gustaban. Rábago y Panucho, sus entrañables amigos de toda la vida, se encargaron de surtir las bebidas; las “Comadritas” de mamá, esposas de otros compositores y amigos, aparecieron con charolas de chalupitas poblanas y diferentes botanas para el evento. Las Palomas preparamos el delicado pastel de tres leches típico de Córdoba, aunque también de allá había pedido Pama los dulces de don Pedro: melosas cocadas, limones rellenos y esas deliciosas duquesas, de terso merengue sobre crepa de coco.
Algunos llevaban la música en sus gargantas, otros en guitarras y violines, y muchos, la creatividad en las letras de sus canciones. Por eso, después de tantas bromas, brindis y la suculenta comida, los amigos lanzaron un reto para Álvaro Carrillo y José Alfredo. Cada uno debía salirse de su género tradicional y escribir una canción en la categoría del otro; Carrillo tenía que componer una ranchera y Jiménez, un bolero.
El alcohol, la música y el humo del tabaco abrumaban los sentidos, el ambiente era cordial a pesar de los excesos de ironía entre chistes colorados, refranes y albures aprendidos en las carpas o en los teatros de revista. Lucha Villa, Rubén Fuentes y Marco Antonio Muñiz llegaron con el mariachi Vargas pues, aunque regresaban cansados de una gira, no querían perderse la fiesta. Los vitrales del tragaluz vibraban siguiendo el ritmo de instrumentos y voces; sin embargo, Álvaro y José Alfredo parecían ausentes.
—Me voy a creer que se tomaron tan en serio el reto que les hicimos —comentó intrigado Molina Montes.
—¿De qué se trata ese reto, maestrito? —preguntó Rubén, que había llegado tarde al evento.
—Yo estoy listo —afirmó Fello.
—Yo no me quedo atrás, pa’ luego es tarde. ¡Échale, Vargas! Así tranquilo un tatachún, tata-
chún y me van siguiendo, sin adornos. Ya después el maestro Fuentes se encargará. Y dice: “Machetazo mozo” o mejor “Eso merece un trago”. Ahí la bautizan como más les guste. —gritó Álvaro.
“Porque hay ingratas por eso hay ebrios, cariño malo se hace pasión. Pa’ darse al vicio basta un desprecio, pues ora ponle, cuando hay traición”.
—Merece un trago. Salud —gritó Rábago—. Merece dos. Te toca, Fello.
—Panucho, como en los viejos tiempos: suave, bajito, acordándote de tu tierra.
—¿Y pa’ que estamos aquí entonces, José Alfredo? —reclamó Chuy, del Vargas.
—Después haremos el arreglo con ustedes. A mí me tocó componer el bolero.
“Si nos dejan, nos vamos a querer toda la vida; si nos dejan, nos vamos a vivir a un mundo nuevo… Si nos dejan, buscamos un rincón cerca del cielo; si nos dejan, hacemos con las nubes terciopelo…”.
Los aplausos se escuchaban hasta la calle, las dos canciones serían trancazos.
Lucha y Marco se inclinaron por “Si nos dejan”; Miguel Aceves Mejía por “Machetazo mozo”. Rubén Fuentes y Eduardo Magallanes se encargarían de los arreglos y los amigos, asombrados por el talento de los compositores, se felicitaban por la ocurrencia de aquel juego que resultó tan divertido y fértil.
“…Y ahí, juntitos los dos, cerquita de Dios, será lo que soñamos. Si nos dejan, te llevo de la mano, corazón, y ahí nos vamos. Si nos dejan, de todo lo demás nos olvidamos… Si nos dejan”.
A mamá le entregó el manuscrito inconcluso y en su corazón se quedó el recuerdo de aquella inolvidable fecha.
*Doctora en Letras Hispánicas