
Siempre que llega septiembre no puedo dejar de escuchar el tema que mi padre le dedicó a su pueblo natal. Con entrañable ternura canta:
“Ese pueblo de Dolores, ¡qué pueblito!, qué terreno tan bonito, tan alegre, tan ideal; Guanajuato está orgulloso de tener entre su estado un pueblito que es precioso, valiente y tradicional…”.
Sus versos reflejan una estampa idealizada en la memoria del poeta. Este año de 2021 se han suscitado diversas discusiones; polémicas que nacen de una arcaica herida que no hemos logrado curar. La Guerra de Independencia de nuestro país arrancó su gesta heroica en Dolores Hidalgo, Guanajuato; hoy llamado Cuna de la Independencia Nacional. Curiosamente, firmó su culminación Agustín de Iturbide en Córdoba, Veracruz, el 24 de agosto de 1821. En el primer sitio nació José Alfredo; en el segundo, Paloma. Lo señalo porque a mis padres les resultaba simpático contar a sus amigos esta coincidencia. Quizás también desde entonces comenzó a esparcirse por los vientos de esta tierra una pálida idea de nacionalismo.
“Sus hazañas en la historia se escribieron; su pasado es un recuerdo que nos llena de valor. Yo lo llevo en mi conciencia, Cuna de la Independencia, alma de nuestra nación”.
Y, sin embargo, es preciso señalar que ha sido el alma la que ha quedado escindida en nuestro desarrollo como nación. Fueron los criollos, apoyados por el pueblo, los que lograron vencer al ejército de la corona. Pero han pasado dos siglos y aún no hemos podido sanar la llaga que nos dejó la Conquista al dividir en bandos, de modo maniqueo, a indígenas y españoles; división fomentada después por los discursos oficiales, la Iglesia y, de alguna manera, por los libros de texto.
“Viva México completo, nuestro México repleto de belleza sin igual; de esta tierra que es la tierra que escogió pa’ visitarla la Virgen del Tepeyac”.
Tal vez, don Miguel Hidalgo y Costilla tomó su imagen como estandarte intentando comunicar el deseo de conciliar, de unir contrarios y dar nacimiento a esa fusión, a ese mestizaje que ha enriquecido a nuestro territorio con todas sus expresiones culturales. En el icono de la guadalupana llevaba el párroco el alma del nuevo ser.
Hace algunos años escuché a un profesor comentar que México era el único país que celebraba el triunfo al haber ganado una batalla, aunque hubiera perdido la guerra. Se refería al 5 de mayo. Hasta ese momento reflexioné sobre el hecho. Es verdad que peleamos o nos preocupamos por guerras que no vamos a ganar. Hoy se ponen sobre la mesa asuntos tan irrelevantes como el de no llamarle “Noche triste” a la derrota que sufrió Hernán Cortés en las afueras de Tenochtitlan; no obstante que en aquella batalla perdieron la vida más indígenas que peninsulares, ahora la han denominado “Noche victoriosa”, a pesar de que pocos días después se enfrentaran en la sangrienta y devastadora Conquista; o se discute derribar estatuas y monumentos dedicados a Colón o a algún otro héroe, que en su tiempo lo fue, pero hoy está mal visto; o dislates como el de exigir a los gobiernos que pidan perdón por actos de sus antepasados, seres que quizá sean más ascendencias nuestras, ya que su sangre corre aún en nuestros genes porque fueron ellos los que, al establecerse aquí, iniciaron aquel cruce.
“Es el 15 de septiembre una fecha que todos los mexicanos celebramos con honor; es el día en que levantamos la bandera más bonita; es el día en que celebramos lo que Hidalgo principió…”.
Este principio épico con toda su narrativa ha fomentado la costumbre de celebrar en grande nuestras gloriosas fiestas patrias y todo el mes de septiembre se pinta con los colores de la Bandera, las calles se iluminan en tricolor; de las estufas salen aromas de canela y piloncillo o de guisos caldosos picantes perfumados de orégano, en las mesas destacan los vistoso chiles en nogada, tanto como los tamales envueltos en hojas de maíz o plátano. Algunos ciudadanos se visten de charros, chinas poblanas o adelitas; las damas desempolvan sus brillantes rebozos o los de algodón de bolita y los caballeros los zarapes de Saltillo para salir a dar el Grito y revivir al prócer y a todos los héroes que en la lucha lo acompañaron. Rescatemos en cada una de estas manifestaciones la fusión de dos mundos que comenzó hace 500 años, y entonces:
“Que repiquen las campanas de Dolores y al compás de los acordes de nuestro Himno Nacional: ¡Viva México! ¡Viva México! Gritemos, que, aunque estemos como estemos, no nos echamos p’atrás”.
Paloma Jiménez Gálvez*
*Doctora en Letras Hispánicas