El femenino sagrado siempre ha sido el resguardo de la vida y para resguardar la vida se necesitan infinidad de herramientas mágicas, emocionales y divinas.
Todas las Diosas Madre de todas las culturas tenían usualmente una dualidad en sí mismas que JAMÁS fue denominada energía masculina.
¿Para qué masculinizar lo que surge del divino femenino? ¿Para qué un desdoblamiento tan innecesario?
Cailleach, la guardiana del invierno, que moraba en las cuevas de lo que hoy son las praderas de Escocia, adorada también en Inglaterra y de quien se creía era también la madre de Nimue, el hada que salvó la vida de Arturo y Lancelot es un ejemplo de este inmenso poder que mágicamente siempre se ha atribuido a las mujeres, a lo femenino, sin reconocer épocas ni fronteras.
¿Dónde está eso que nos quieren hacer creer en dónde la energía femenina es delicada, frágil y cuidadosa de agradar, si Cailleach con su enorme fuerza recorría un camino agotador hasta Avalon resguardando las cosechas y los animales de la humanidad durante el invierno, sin una pizca de fragilidad, luchando contra el frío y con una naturaleza infinitamente FUERTE y PROTECTORA?
Kali y Sejmet, creadas como la ira de los Dioses para devastar a las creaciones rebeldes que ya eran incapaces de resguardar la vida, ponen nuevamente en apuros a los temachosos que aseguran que la energía femenina es amor, es calma, es utilitaria para el crecimiento del hombre y debe servir y estar dispuesta a ocupar papeles serviles de limpieza y cuidado, olvidándose de la autonomía y agachando las manos.
Kali simboliza la destrucción del mal y la VERDADERA ENERGÍA FEMENINA que es feroz en cuidar y proteger aquello que considera valioso, que no lo piensa dos veces antes de decapitar, mandar a los infiernos y devastar pueblos enteros si es necesario.
ÉSA ES la verdadera energía femenina, la de las mujeres fuertes que se defienden y sacan las garras, persiguiendo a los enemigos.
¿Si los hindúes de hace milenios lo sabían, porque el stremer pelón de los tenis de miles de pesos no lo sabe?
Sejmet. Maravillosa diosa sedienta de sangre, diosa de la guerra y la venganza, pero también (una vez más vemos la dualidad femenina sin una sola palabra masculinizadora) de la curación, nos enseña que podemos ser vengativas, crueles, luchar hasta estar exhaustas, pero somos capaces también de curarnos y salir airosas después.
Nakawé, la diosa huichol de la tierra que todo lo sostiene.
De su cuerpo despeñado en el monte salieron las plantas comestibles, de su andar por el mundo se desprende la creación entera.
En definitiva, muy lejos de la pick me idea de la mujer que se queda en casa puliendo plata mientras el hombre alcanza el éxito profesional y social.
Al sistema patriarcal le conviene que no nombremos Diosas, que no las conozcamos.
Le conviene que olvidemos nuestra historia, que no recordemos que somos tierra, somos úteros latiendo, somos raíces, micelio, musgo que crece a donde nada debería estar creciendo.
Por eso nos venden tallercitos nada baratos impartidos por hombres o mujeres que ya han olvidado la lealtad hacia sus hermanas, talleres donde pagas por ser desarmada, pagas porque te arranquen sin anestesia los colmillos y las garras, porque te calcen con los zapatos más incómodos del mundo para que se te olvide que fue descalza como Démeter obligó al infierno a devolverle a su hija Perséfone y preservó el equilibrio del mundo, sin necesitar ni una pizca de la energía masculina chicharita de la que tantos incautos están hablando perversamente.