
Malva Flores en “La poesía, un camino de salvación” (Letras Libres, marzo 2023), recuerda que para José Gorostiza la sustancia poética se encuentra en todas partes, solo es necesario quererla ver. Señala que el interés del poeta “no está en el por qué, sino en el cómo se consuma el paso de la poesía a la palabra”. La poesía de Eduardo Casar (Ciudad de México, 1952) es precisamente eso, una revelación de los días, las añoranzas, los adioses, los amores perdidos, las mudanzas, el tiempo recobrado.
La UAM puso a circular, de nueva cuenta, este poemario que Bernardo Ruiz publicó en Plan C Editores, hace más de quince años. Puede decirse que es un rescate, un atisbo en pos del acto mismo de escribir poesía, como indaga el autor. En el poema “Después de las angostas oraciones”, la mujer amada es mar, agua salada compartida, estallidos, ahogamientos y soledades o edades del sol, instantes irrepetibles que cada uno atesora en la memoria. En “Palabras”, le dice a una mujer que pondrá adverbios y gerundios en su cuerpo, y al hacerlo ella se convierte en un árbol frondoso de luz y sombra. ¿Hay acaso una resonancia con el poema en prosa de Jules Renard, “Una familia de árboles? En dicho poema lo que se expone es el deseo de ser adoptado por una arboleda, ahí el poeta anhela convertirse en un árbol y tener una serie de cualidades que ha enumerado porque, como dice en sus últimos versos: “Ya sé mirar las nubes que pasan. / Sé quedarme en mi sitio. / Y sé casi callarme”.
La naturaleza, el acto de escribir y describirse a sí mismo son los hilos conductores de este nítido tapiz de remembranzas y delirios, introspecciones, confesiones y, claro está, vicisitudes. “Hay que aislar una parte de la vida, / una parte pequeña, / y contemplarla desmesuradamente, / como un loco sus uñas o como el capitán/ que busca en la marea de la cerveza/ la aparición de la ballena blanca”, escribe en “Laboratorio”.
No estamos ante una voz impostada que se encubre entre oráculos de oropel o círculos egocéntricos, sino frente a un poeta que sabe deshebrar el lenguaje, reconstruir una remembranza obstinada en escaparse y convertirse en algo etéreo. La poesía no es un lagrimeo por quien ya no está. Como expresa José Gorostiza, radica en ese tránsito a la palabra. En ese puente se inscribe la esencia de este poemario. El arte de tender puentes, vibraciones.
“Las palabras sonoras/ recombinan sus lomos, / esculpen arbotantes, nos matizan, nos arman, /barnizan sus postigos, se nos cansan. / Son impalpables animales/ de tactos decisivos y más de dos espaldas.// Por la robusta voz de las palabras/ un árbol de luz y otro de sombra/ recombinan follajes/ en algún hemisferio de tu cráneo”, se lee en “Tiempo y narración”.
Casar frecuenta una poesía coloquial, mezcla de filosofía y ramas que conducen a paraísos no siempre hechos de tierra firme; también figuran humedales y zonas acuosas que fluyen como la vida de los seres humanos que dejan un poco de ellos mismos en una relación de pareja, cuando dos almas se sincronizan y logran ser cómplices noctámbulos. Ramas de un mismo árbol, armas para combatir el olvido, el desasosiego ante la sórdida rutina.
En este entramado sensorial destaca la poética de este libro; es decir, el poema “Escribiendo en gerundio”, sin duda, uno de los más logrados así como “Tramas en vez de versos”. En el poema “Ética de Nicómaco” se percibe cierta evocación a Efrén Hernández, por aquello que dice en la novela Autos, rescatada por Alejandro Toledo: “Vine, llamé a mi puerta y pregunté por mí”.
El escritor revela que no suele escribir libros de poesía con un tema en particular, sino que va juntando poemas que, finalmente, ven la luz en una compilación. Siembra, cosecha y recoge sus palabras. Así lo cuenta en una nota introductoria, en donde también aclara que el título Parva natura —de estirpe aristotélica— en realidad se lo debe a que acababa de leer Santa deriva, del poeta español Vicente Gallego.
Federico García Lorca, Pablo Neruda, Rafael Alberti, Camilo José Cela, Gioconda Belli, Fernando Pessoa, Walt Whitman, Octavio Paz y Wislawa Szymborska son algunos escritores que se han ocupado de la relación entre la poesía y los árboles. Precisamente el poemario abre con un epígrafe de Szymborska: “El rostro es incapaz de guardar fidelidad al cuerpo…” En otro tenor, habría que decir que la poeta era gran admiradora de Michel de Montaigne; una vez le preguntaron cómo se deletreaba el nombre de este autor y ella indicó: “Se pronuncia siempre de rodillas”.
@AmbrizEmece