El estado ruinoso en que se encontraba México recién independizado, no fue impedimento para comprar en Estados Unidos una goleta como buque de guerra, y se fundase la Orden Imperial de Caballeros de Guadalupe para premiar el mérito militar, civil o eclesiástico.
Y el estado de confusión en que se iniciaba el Congreso y el entusiasmo del pueblo por la hazaña de Iturbide, hizo que, a la voz popular de un oscuro sargento, Pío Marcha, se proclamase a Agustín de Iturbide emperador de México, aceptando éste a “sacrificarse” por el bien de la patria.
Y sin tener en cuenta la angustiosa situación del erario, se simuló una mentida riqueza para montar, como en las representaciones teatrales, aquel imperio de opereta.
Se pidió dinero para labrar las coronas del emperador y la emperatriz, se acuñó moneda con el busto del emperador; se decretaron títulos y distinciones para el emperador y sus parientes; se nominaron para su séquito como ayudantes, chambelanes, sumilleres, mayordomos, caballerizos, capellanes, confesores, pajes, ayos para los príncipes, damas de honor y camaristas, etc.
El domingo 21 de julio de 1822, engalanada la ciudad, con las campanas a vuelo, se reunió el congreso dentro de la catedral y el Ayuntamiento formaron séquito al emperador, quien, acompañando a la emperatriz, entre una valla de soldados, fueron recibidos por dos obispos y el cabildo eclesiástico.
La misa fue celebrada por tres obispos, y en las gradas del altar fueron ungidos según el ritual; se bendijeron las insignias imperiales y el presidente del congreso, tomando la corona, la colocó sobre la cabeza de Agustín I, y éste lo hizo en la emperatriz, ocupando ambos un trono.
El obispo celebrante, concluidas las preces, exclamó en viva voz: “Vivat Imperatur in Eternum”, a lo que respondieron los asistentes, “Vivan el emperador y la emperatriz”. Y para sostener aquel gobierno, se negoció en Londres un empréstito de 30 millones.
La clase alta y media de la sociedad, que había visto a su familia como igual o inferior, consideraron la elevación como un golpe teatral, y no se acostumbraban a pronunciar sin risa los títulos de príncipes y princesas.
El ex emperador fue fusilado en Padilla, Tam., el 19 de julio de 1824.