Cultura

El arte de los umbrales

Siempre me poseyó la compulsión de la prisa. Como el conejo de Alicia, mi lema ha sido: “¡Me voy, me voy! ¡Se me hace tarde hoy!” Sin embargo la prisa (invento del demonio, según los escolásticos) del apresurado no tiene tiempo. No lo ha perdido porque nunca lo ha encontrado. Esta prisa del conejo blanco persigue al tiempo para no tener tiempo. La prisa es el no-tiempo. El no-tiempo es la imposibilidad del umbral. El umbral es la soberanía sobre el tiempo. En él se encuentra la contemplación. Contemplar es actuar en el tiempo, hacerlo durar y darle espacio. Solo puede contemplarse desde un umbral.

Dintel, recibidor, quicio, prólogo, preludio, acceso, portal. El umbral es entrada, principio, comienzo, primer paso de cualquier cosa o proceso. El término viene del latín liminaris, lo inicial, lo que está primero, y de la antigua voz española lumbral que alude a la lumbre. En su semántica se esconde el fuego. Antaño existió la secta española de los Alumbrados o Iluminados que se entregaban a Dios poniendo a un lado su voluntad, cediéndola. En el acto de la entrega está el dominio del tiempo, la entrada al umbral, una acción determinada por el fuego de la contemplación.

La persecución que sufren los Alumbrados por la Inquisición representa el combate del tiempo de la prisa —meras vivencias sucesivas e idénticas, un encadenamiento de presentes invariables aunque parezcan distintos—, contra el tiempo de la demora —experiencias que al contradecir lo esperado hacen manifestarse lo distinto, el fogoso umbral—. El taoísmo le llamará un paso lateral. Ese “cede y permanecerás intacto” que desaconseja el impulso inmediato hacia el fenómeno, y sugiere un entretiempo, un lapso de espera así sea mínimo, una umbralidad. La respuesta es la consideración del fenómeno, un acto de poder personal; la reacción es volverse presa del fenómeno, no poder resistirse ante él.

La vida se automatiza cuando no cuenta con el intervalo de la consideración: ¿qué es esto? Lo pornográfico sucede ante la ausencia del umbral, de la transición. El erotismo en cambio representa una mínima espera soberana, el autodominio frente a la compulsión. “Velados —escribe el poeta persa— los senos son más deseables que desnudos”. El arte de los umbrales enseña a involucrarse en la demora, en aprender a esperar, en aprender a aprender. Los perros se detienen por un instante para olfatear y decidir su acción. El olfato es la guía, la consideración que hace la conciencia desde el umbral. Detenerse es a-sombrarse ante la revelación que germina en el umbral. Detenerse es olfatear. El aroma es un arte del umbral.

Aquel oxímoron de Erasmo “Apresúrate despacio” (convertido por Napoleón en su legendario “Despacio que tenemos prisa”) condensa todo un tratado sobre el arte de los umbrales. El tantra budista (tantra significa telar, urdimbre, una variante del umbral: lo que sostiene un tejido) afirma que cualquier realidad es creada por la mente y que la mente por sí misma no existe, es un medio. Näropä, maestro budista del siglo X, enseñaba que pensar sin ninguna finalidad es el “gran gesto” que permite a la conciencia ir más allá de la realidad fenoménica. Es decir, traspasar el umbral.

Casi todos los días desde hace décadas penetro al santo desierto del silencio y la atención. Ingreso al umbral. Una posición de salida, como la llama la práctica meditativa, sobreviene cuando el agua lodosa de la conciencia se asienta y las impurezas de la mente sedimentan al fondo. Esa agua transparente y calma es la contemplación. El sujeto, el meditante, logra fundirse por breves pero eternos instantes en el objeto, la meditación. Entre el último pensamiento de la mente (monkeymind, le llaman los hindúes) y el nuevo que aparece, surge un intervalo de atención plena al momento presente.

Se deja de pensar en lo que se piensa. Ya no hay afuera y adentro, tampoco pensamiento o pensador. Todo es desagregado, se suelta y se va. La contemplación es la didáctica del soltar. Y el yo, esa hipótesis inútil sostenida por la prisa, es disuelto también. El arte de los umbrales es la disolución del yo. La atención es el medio, la paciencia es el método, la serenidad es su obtención.

Es así cuando dejo de ser como el conejo blanco, de sufrir su impaciencia, su necesidad sin objeto, su compulsión. Cuando no se me hace tarde porque no me voy, cuando plenamente estoy.

Instantes que contienen eternidades. El arte de los umbrales es el arte de la ralentización. Entre ellos está la resistencia política de los movimientos contraculturales Slow: slow food, slow life, slow love. Lo perdurable es lo sosegado, el “paso atrás” del filósofo o aquella interrupción del no- tiempo lineal de lo idéntico que conduce al silencio del “ir hacia sí”. El detenimiento contemplativo, escribirá Byung-Chul Han, es una praxis de la amabilidad. La belleza es amable. Lo amable es lo digno de ser amado. El arte de los umbrales es un arte de la amabilidad. Contemplar siempre es amar.

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Fernando Solana Olivares
  • Fernando Solana Olivares
  • (Ciudad de México, 1954). Escritor, editor y periodista. Ha escrito novela, cuento, ensayo literario y narrativo. Concibe el lenguaje como la expresión de la conciencia.
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