DOMINGA.– A las 7:19 de la mañana del 19 de septiembre de 1985, no sólo se estremecieron las placas tectónicas debajo de la Ciudad de México, también se experimentó una sacudida política. El sismo de magnitud 8.1 no sólo derrumbó edificios, hospitales y vecindades: fracturó el andamiaje del régimen priista.
Bajo los escombros del Hospital Juárez, el edificio Nuevo León en Tlatelolco, el Multifamiliar Juárez y Televisa Chapultepec, se coló una grieta que no volvería a cerrarse. Y en un despacho de Langley, Virginia –donde se encuentran las oficinas de la CIA en Estados Unidos–, alguien lo supo casi de inmediato.
El informe de la Agencia Central de Inteligencia (CIA por sus siglas en inglés) titulado México: Implicaciones políticas de los terremotos de 1985 – Una comparación con Nicaragua y Guatemala no fue una simple lectura del desastre, puede interpretarse hoy como una predicción. En sus páginas, redactadas con la precisión quirúrgica de los servicios de inteligencia y el espionaje, se anticipa el colapso de un régimen que parecía eterno:
“El aumento de la actividad de los recién creados grupos de socorro del terremoto, o la aparición de un líder carismático entre ellos, en lugar de la ya ampliamente esperada erosión gradual del apoyo al régimen, podría forzar cambios políticos más rápidos de lo que normalmente se anticipa”, señala el documento de 27 páginas elaborado en marzo de 1986.

La respuesta del gobierno del presidente Miguel de la Madrid fue lenta, burocrática y, en muchos casos, ausente. La negativa inicial a aceptar ayuda internacional, el control férreo de la información y la tardanza en movilizar al Ejército alimentaron la percepción de un Estado indiferente.
“Las primeras 48 horas posteriores al sismo estuvieron marcadas por una parálisis institucional que dejó al descubierto la fragilidad del aparato estatal”, señala el documento. Mientras tanto, la ciudad se organizaba sola. Jóvenes con cascos improvisados removían escombros con las manos. Médicos atendían heridos en la calle. Las señoras del barrio cocinaban para los rescatistas. “La respuesta ciudadana fue espontánea, eficaz y profundamente política”, apunta el informe.
En ese gesto de solidaridad, la CIA vio algo más: el nacimiento de una sociedad civil capaz de desafiar al Estado.
Pero los analistas estadounidenses no preveían que el desplome del régimen vendría pronto, sino que sería lento. Consideraron como “prematuras” esas “preocupaciones”, sustentando su apreciación en información de la Embajada de Estados Unidos en México, la cual afirmaba que muchos de los grupos sociales surgidos después de la tragedia “habían comenzado a disolverse”. Además, aseguraban, el gobierno de De la Madrid mantenía una “observación cercana” sobre esos grupos y sus actividades.

La grieta política: perder la narrativa de la verdad
El PRI, acostumbrado a monopolizar la narrativa nacional, se vio superado por una ciudadanía que tomó las riendas. “El régimen priista ha perdido el monopolio de la narrativa nacional. La tragedia ha revelado su incapacidad para responder a las necesidades básicas de la población.” En otras palabras, el partido ya no era el padre protector: era el tutor ausente, indiferente.
El contraste con otros países de la región es revelador. “Nicaragua y Guatemala fueron seleccionados para la comparación porque, si bien ambas tragedias fueron devastadoras, existe la creencia generalizada de que el terremoto de Nicaragua contribuyó al eventual derrocamiento del gobierno de [Anastasio] Somoza, mientras que la respuesta de Guatemala fortaleció el respaldo al régimen”, señala el informe.
“La legitimidad del PRI, basada en el control territorial y la mediación clientelar, ha sido erosionada por la emergencia”, advierte el análisis de la CIA.

Dos años después del sismo, en 1987, la grieta se convirtió en ruptura. Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y otros líderes históricos del PRI fundaron la Corriente Democrática, un movimiento interno que exigía elecciones primarias para apuntalar al candidato presidencial. En cambio, el PRI respondió con cerrazón. La Corriente se escindió y fundó el Frente Democrático Nacional.
El informe de la CIA había anticipado este tipo de fisuras. “El riesgo para el régimen no es sólo la pérdida de legitimidad, sino la aparición de un liderazgo que lo desafíe desde fuera de sus estructuras tradicionales”.
Cárdenas encarnaba esa figura carismática que el documento vislumbraba. Hijo del general Lázaro Cárdenas, con una trayectoria limpia y un discurso de justicia social, se convirtió en el rostro de la oposición. Tres años después, el terremoto seguía en la mente de los mexicanos cuando la crisis interna del PRI estalló. Se acercaban las elecciones presidenciales. El coraje ciudadano, la crisis de vivienda y los movimientos populares hacían clic. La mesa del cambio estaba puesta.

El ‘fraude’ de 1988: el principio del fin
En 1988, Cuahtémoc Cárdenas se enfrentó en las urnas a Carlos Salinas de Gortari. La noche de la elección, el sistema de cómputo “se cayó”. Cuando volvió, Salinas era el ganador. El fraude fue evidente para muchos, pero ‘haiga sido como haiga sido’ (Felipe Calderón dixit), la legitimidad del PRI quedó herida de muerte.
“La percepción de vulnerabilidad estatal ha sido exacerbada por la falta de coordinación, la censura informativa y la ausencia de liderazgo visible”, decía el informe.
El fantasma del fraude no sólo indignó a millones de mexicanos, también abrió paso a la oposición. El Frente Democrático Nacional se transformó en el Partido de la Revolución Democrática (PRD), que aglutinó a sectores de izquierda, movimientos sociales y ciudadanos desencantados. La figura carismática había llegado. Y aunque no ganó, sembró la semilla del cambio.
En 1997, Cárdenas se convirtió en el primer jefe de gobierno electo del Distrito Federal. El PRI fue derrotado en el epicentro del poder político y, por primera vez, perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. “La capital representa el corazón simbólico del régimen. Su pérdida tendría implicaciones nacionales”, advertía el informe. Y así fue. La derrota en la ciudad anunció la debacle nacional que estaba por venir.
Cárdenas gobernó con austeridad, transparencia y cercanía. Su triunfo fue más que electoral. Fue emblemático. El PRI ya no era invencible. La ciudadanía había aprendido a organizarse, a exigir, a votar distinto. El temblor del ‘85 había sembrado esa conciencia.

El 2000: la alternancia terminó con 71 años del PRI
El 2 de julio del año 2000, Vicente Fox, candidato del Partido Acción Nacional (PAN), ganó la Presidencia de la República. Por primera vez en 71 años, el PRI perdió el poder. El informe de la CIA, escrito quince años antes, se cumplía con precisión quirúrgica. “El terremoto ha modificado el paisaje político mexicano. El régimen priista enfrenta una crisis de legitimidad que podría desembocar en una transición estructural.”
Fox representaba otra figura carismática. Empresario, exgobernador, con un estilo desenfadado y directo, conectó con millones de mexicanos hartos del autoritarismo. Su triunfo fue la culminación de un proceso que inició en 1985, cuando la tierra se abrió y el régimen mostró sus grietas.

Seis años más tarde (2006), el derechista Felipe Calderón Hinojosa se impuso con un estrecho margen al candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador. El panista obtuvo 35.89% de los votos, el perredista alcanzó 35.31%. La sombra del fraude volvió a instalarse en el imaginario colectivo.
El tabasqueño volvió a presentarse a la urnas en 2012, pero en un inesperado giro del destino, fue vencido por el priista Enrique Peña Nieto. El tricolor retomaba la Silla del Águila tras doce años de interregno.
Fue hasta 2018, cuando López Obrador, exjefe de gobierno del Distrito Federal y fundador de Morena, ganó la presidencia con más de 30 millones de votos. Su discurso de justicia social, combate a la corrupción y transformación del país lo convirtió en el líder más votado –hasta entonces– de la historia moderna de México.
AMLO es, en muchos sentidos, el eco más profundo del ‘85. Su trayectoria política comenzó en el PRI, pasó por el PRD, y culminó en un movimiento propio. Su base social está en los sectores populares, los damnificados de siempre. Su estilo conecta con el hartazgo acumulado desde aquel sismo que reveló la fragilidad del poder.

Como lo presagió el informe de la CIA, el PRI se ha ido debilitando a través de los años desde el terremoto de 1985: ahora sólo tiene dos de 32 gubernaturas (Durango y Coahuila), 13 de 128 senadores, 27 de 500 diputados federales y un líder nacional, Alejandro Alito Moreno, envuelto en escándalos de corrupción. Y según las encuestas, el 90% de los ciudadanos rechazan al partido tricolor.
El temblor como metáfora política
Más allá del análisis político, el informe de la CIA ofrece una lectura simbólica del terremoto. La tierra se abrió y, con ella, la rigidez del viejo sistema. El PRI, que parecía inamovible, comenzó a tambalearse. El sismo fue, en muchos sentidos, una metáfora del colapso político que vendría.
“La percepción de incompetencia gubernamental ha erosionado la confianza en el régimen”, se lee en el documento. Esa erosión fue lenta pero constante. El temblor fue la primera sacudida. Luego vinieron la crisis económica, la ruptura interna, la denuncia de fraude, la alternancia, la transformación y la confirmación de la confianza en el rumbo de la transformación.
En 2024, Claudia Sheinbaum Pardo ganó las elecciones presidenciales con el 60% de los votos, más que el 53% obtenido por AMLO seis años antes. La primera mujer en llegar a Palacio Nacional trae ahora índices de popularidad superiores al 70%. Y varios analistas auguran que el PRI puede perder su registro como partido político en los comicios de 2027. La ratificación de que Morena ha sustituido al PRI está a la vista.
Hoy, a cuatro décadas del terremoto, el informe de la CIA se lee como una crónica anticipada del cambio. No fue un golpe de Estado, ni una revolución: fue un temblor. Uno que sacudió no sólo la tierra, sino la conciencia política de millones de mexicanos.
El PRI sobrevivió por años pero nunca volvió a ser el mismo. El sismo de 1985 marcó el inicio de su caída. Y en algún despacho de Langley, Virginia, alguien lo vio venir. Los movimientos de la tierra también impactan las estructuras políticas, cuando los dirigentes no saben ponerse del lado de la gente.
*Este reportaje fue elaborado por periodistas de Notivox con asistencia de herramientas de Inteligencia Artificial.
ASG