No se deben interpretar las obras maestras como si uno viera pasar un féretro, paralizado por el respeto.
Wanda Landowska
En mi caso el nombre de Wanda Landowska (1879-1959) tiene resonancias de infancia, de calles empedradas y salas de concierto tapizadas en terciopelo rojo y con la pátina dorada de los edificios destinados a los grandes acontecimientos. Creí haberla escuchado personalmente, pero comparé fechas y no creo que haya estado dando conciertos en Argentina en los últimos años de su vida. Lo cierto que su condición de clavecinista la hacía extraordinaria y todos queríamos contar con sus grabaciones.
Nace en Varsovia y muere en Estados Unidos. Sin embargo, sus primeros estudios de piano los realiza en Berlín. Su influencia viene de los románticos y de los wagnerianos como Hans von Bulow. Aunque no prende en ella el carácter patético de estas obras y curiosamente se inclina por la música antigua. Tengo la impresión que es una de las primeras músicas que se vuelve sobre el legado de los barrocos y la riqueza de los instrumentos antiguos que habían quedado de lado con el estallido de los conciertos de piano, Chopin, Brahms, Liszt, y luego los rusos con sus grandes secuencias in crescendo hasta la exasperación. De modo que pudiéramos decir sin equivocarnos mucho que con ella hay una especie de renacimiento de Marcello, Corelli, Bach y muchos más. Aunque ella se dedicara especialmente a las espesas armonías bachianas y al Mozart más fresco de sus primeras obras.
Wanda es exigente, si bien es cierto que recupera instrumentos antiguos y los hace sonar de nuevo, necesita una perfección que solo las novedades de los mejores fabricantes de instrumentos musicales de su época pueden darle. De modo que le pide a la fábrica Pleyel, de los pianos más cotizados, un clavecín para estrenar en el festival Bach de Breslau. Tiene 33 años y una pasión que solo acabaría con su muerte: recorrer el mundo inaugurando con ese su instrumento, una visión nueva de lo que puede hacerse con él. Son siglos de experiencia con el clave, parece decir, no podemos detenernos solo con la construcción de pianos.
Pero sus giras no alcanzan para dar cuenta de los alcances de su clavecín y el poderoso encanto de la música barroca, de modo que desea crear una escuela de música antigua. Llama a sus amigos a acompañarla en la empresa y Alfred Cortot la inaugura con un concierto. Quién no ha tenido, siendo teatrista o músico, el sueño de crear un espacio propio, una sala de conciertos, un teatro, una sala de exposiciones con la particularidad de sus requerimientos. Pues ella lo hace, construye una sala de conciertos en su propia casa. Muchos lo hemos hecho, mi compañero y yo construimos una sala de teatro en la nuestra.
En su sala propia que inaugura en 1933 interpreta las Variaciones Goldberg de Bach. Pero Wanda viaja a través de sus impulsos y utopías. Amiga de Pablo Casals, considerado el gran celista del siglo XX, de Andrés Segovia, cuya guitarra resulta inolvidable, y de Albert Schweitzer, el célebre médico que fue activista en África, pero a su vez organista, renueva la mirada de la vieja europea sobre Bach y algunas de sus obras casi desaparecidas.
No obstante, el dolor de una Europa doblegada por los nazis llegaría pronto para hacerla huir de la invasión a Francia en 1940 y refugiarse con su doméstica en el sur de ese país, donde vivía uno de sus amigos artistas. Del optimismo primero en que la invasión sería pronto vencida debió retroceder y enfrentarse a la realidad para obligarse a tomar decisiones mayores. Entonces se embarca para Estados Unidos. Llega el mismo día en que los japoneses atacan Pearl Harbor. El horror se impone. Su casa saqueada en Europa, se encuentra sin instrumentos, sin sus manuscritos, vale decir con nada que pruebe su identidad creadora. Valiente o rotunda hubo de huir por ninguna razón étnica, sino ideológica.
En América recomienza su búsqueda de instrumentos, de partituras, de acuerdos con Pleyel, nuevos clavecines, nuevas páginas, nuevos hallazgos en su biografía personal. Se propone dar clases otra vez, otra vez como si estuviera al principio de su carrera, ofrecer conciertos, realizar grabaciones y así es como llega a mi conocimiento, a soñar que llega a mi ciudad y la veo, allí sobre el escenario de nuestro teatro municipal y todos la aplaudimos con admiración y respeto. Pero no fue así, su último concierto lo dio en 1954 y yo todavía no conocía su existencia.
La nombraron la sacerdotisa de Baco encarnada en Bach. Por su parte, Wanda Landowska afirma que entre un batir del metrónomo y el siguiente hay el silencio, como entre un latido de corazón humano y el siguiente se encuentra todo un mundo.
Por Coral Aguirre