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Norma

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  • Coral Aguirre

A veces me da el impulso de tirar por la borda esas mujeres históricas que ayudaron a cambiar el mundo, para reparar en otras que fueron en mi vida un afecto, una admiración, un lazo pequeño que ellas me brindaron. De esta laya es Norma Fontenla (1930/39?-1971). Inclinada a la música y la danza a causa de mi madre, Norma llenó el paradigma de mi juventud dancística al llegar a ser la primera bailarina del Teatro Colón y figura estelar junto con su partenaire José Neglia, con quien compartió las obras más emblemáticas de esta tradición, giras, presentaciones internacionales, y la conjunción de una pareja de baile excepcional por su entendimiento, excelencia y aportes.

Norma nació en Buenos Aires en el invierno porteño y pudiéramos decir que se crió en la Escuela de Danza del Teatro Colón y en el Conservatorio Nacional de Música y Arte Escénico. Veraneaba en Mar del Plata con su familia y sus amigos cuentan que siempre llegaba tarde a la playa porque antes hacía el entrenamiento riguroso de la profesión que había elegido con toda la pasión de sus primeros años de estudiante.

Más tarde el mismo rigor se extendió a su vida adulta, alcanzando pronto un brillo tan notable que hubo de coronarse primera bailarina muy joven. Como tal representó muchas veces a su país natal y nosotros la nombrábamos con orgullo, puesto que sus presentaciones se divulgaban en todos los medios periodísticos con la resonancia de su arte privilegiado. Al punto que su nombre se vio conjugado con el de Margot Fonteyn y Nureyev quienes, en su paso por Buenos Aires, la invitaron a acompañarlos en Giselle. Eran los tiempos en que el gran bailarín ruso hacía furor en todos los escenarios del mundo.

Recuerdo el revuelo en el que participé en plena calle Corrientes cuando una amiga y yo reconocimos al gran bailarín acompañado de su pareja de aquellos tiempos paseando en pleno invierno con su pesado abrigo de piel y su sombrerito cosaco. No podíamos creer que Norma iba a bailar con él. Lo seguimos varias cuadras hasta que nos dimos cuenta que ni siquiera teníamos un programa para que nos firmara.

Así pasaron años y giras, con Norma echando luces de todos colores en el cielo de la danza y sus admiradoras y admiradores siguiéndola junto al otro gran bailarín que fue José Neglia.

Tengo ante mí su fotografía en ese arabesque donde parece a punto de quebrarse con el brazo derecho tan alto que da la impresión de estar a punto de fundirse con su pierna izquierda que se alza hasta lo imposible. Esa casi milagrosa silueta suya se completa con la invitación que en 1971 le cursa el mismo Nuréyev una vez más para bailar con él, el célebre Cascanueces de Tchaikovsky. Era la consagración definitiva de una artista que nos enorgullecía a todos. En verdad no sé si ella llegó a cumplir con semejante honor. Las crónicas de la tragedia no mencionan nada al respecto.

Es de noche, en la televisión y la radio se multiplica el eco de una noticia que nos espanta y al mismo tiempo nos resulta increíble. En gira hacia la ciudad de Trelew, al sur muy sur de Argentina, en la provincia de Chubut, viajando en avión, Norma, José y ocho participantes más del elenco del Teatro Colón se hunden en el Río de la Plata a pocos minutos de despegar.

Murieron en el acto, oímos las voces que lo repitieron hasta el cansancio. No podíamos creerlo, nos habíamos quedado prácticamente sin el cuerpo de baile principal de nuestro ballet nacional. Nada de lo que vino después pudo nunca llenar el hueco y el espanto que dejó tamaña pérdida. La mejor bailarina de nuestro país había partido llevándose además a los mejores bailarines de nuestra tierra.

Siempre que he ido a Buenos Aires me detengo en la fuente de los bailarines realizada por el talento del escultor Carlos Cárcova. Sus figuras en negro, Norma y José, destacan en el centro. Él, de rodillas, da vuelo al arabesque de ella, ese casi imposible que la inmortalizara. Ahora dicen que han vandalizado el conjunto escultural y por lo tanto han debido retirarlo. El mundo gira y gira, y en sus giros cambia los paisajes y el pasado se vuelve minúsculo. Siento profunda tristeza al pensar que si vuelvo a Buenos Aires alguna vez ya no me encontraré con ellos bailando en medio de la fuente, entre sus ondas y el verdor de los árboles. Me consuelo un poco con la idea que, para siempre, el día de la danza en Argentina, es aquel 10 de octubre, cuando en un salto fantástico, Norma se hundió en el río más ancho del mundo. Ese que fue confundido con el mar. Acaso con aquel arabesque fantástico que parecía a punto de partirla en dos.

Por Coral Aguirre

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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