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La Reina Roja

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  • Coral Aguirre

Para Adriana Malvido, quien tuvo la gentileza de regalarme su libro y con él, el misterio de la Reina Roja

El murmullo que viene del sur, de los cenotes y las ceibas llega a la Ciudad de México. Es mujer , se dice Adriana, cuando una amiga la llama para anunciarle que en Palenque acaban de encontrar un sarcófago; luego sabrá que es la tumba de la Reina Roja. Desde entonces, su obstinación por estar presente en el desentierro de la Reina echa abajo todos los obstáculos. Me regala la obra que contiene su experiencia como periodista, mexicana y mujer. La escucho con azoro, puesto que yo ignoro todo sobre el rey Pakal, en el siglo VII, quien engrandeció su reino en Palenque.

La Reina, de acuerdo a su índole, estudiosa de los astros y sus giros en el cielo, habrá recorrido los templos ceremoniales de su pueblo y seguramente fue devota de la Serpiente Emplumada, Itzmaná, el dios supremo celeste.

Es pequeña, mide 1.54, su osamenta está cubierta de cinabrio, la acompañan un niño de un lado y una mujer del otro, víctimas propiciatorias para que no estuviera sola. Otra mujer vendrá en su busca más de diez siglos después, Fanny López Jiménez, quien la noche anterior a la apertura del recinto funerario no puede dormir por tanta emoción acumulada desde el momento en que lo descubre. Un mes después, Fanny, los directivos de la misión arqueológica y la periodista Malvido, desde el amanecer del 31 de mayo a la jornada siguiente del primero de junio de 1994, vivirán la más emocionante de las experiencias.

Pintar de cinabrio una sepultura significa para los mayas que el muerto allí enterrado ha de renacer. Y porque la Reina Roja espera que se abran los cerrojos de su sepultura se manifiesta en la voz de Adriana, quien asiste a su aparición: Miran las huellas de mi rostro. Con ellas es posible imaginar mis ojos y darle forma a lo que fue mi cara. Los arqueólogos pueden ver que porto una diadema formada por cuentas de jade y restos de una máscara similar a la que portaba Pakal en su propia sepultura.

Las novedades que arroja el sarcófago abierto es que se trata de una mujer. Fanny se inclina golosa para corroborarlo. Hay pies y piernas, hay un cráneo con diadema, hay dientes, tórax, huesos de brazos, de pelvis y un collar de jade que pende de su cinturón. Pero es mucho más que eso. Hay piezas de concha al lado del cráneo y pulseras y más collares, todo en ese verde único al que convoca el jade.

Desde entonces muchas mujeres se han inclinado sobre ella para robarle sus secretos. Linda Schele la epigrafista americana, la mexicana Maricela Ayala, la doctora Vera Tiesler, quien junto a María Barajas Rojas trabajó en la restauración de su esqueleto para reunir los pedacitos en que se había fragmentado. Y por fin de nuevo Marisela, quien la presentó en sociedad en el VI Congreso Internacional de Mayistas.

Unas y otras la han estudiado señalando aquí y allá diversas particularidades, hipótesis respecto de su exacta identidad y mucho más. Por eso ahora se sabe que murió alrededor de sus 55 años, que sufría de osteoporosis y una sinusitis crónica y por ejemplo en relación a su dentadura, que llevaba una dieta sana.

De ella no nos quedan sus rasgos sino su máscara despezada con sus dos grandes orejeras, otra máscara más pequeña y muchas piezas de jade, hueso, perla y concha. Tampoco podemos asegurar su identidad. Pudiera ser la esposa de Pakal, o su madre, se conjeturó. Luego de los análisis de ADN se supo que no tenía ningún vínculo de sangre con el soberano maya, de modo que éste no podía ser su engendrador, sino en todo caso su esposo.

Pasan los años y ella, la Reina Roja, sigue proponiendo acertijos. Lleva como cómplices al cinabrio, ese mineral rojo púrpura tan sólido que no permite la menor huella en su materia, y la ausencia de inscripciones, como si su gente hubiera querido crear el enigma de su identidad. Y nos mira desde su saber oculto. Entre los arqueólogos la suposición más común es que se trata de Tzak Bu Ahaw, esposa de Pakal. Referirnos a ella no es posible, sí a la historia maya, de la que forma parte, de la más sofisticada de las culturas mesoamericanas, la que supo descubrir el cero, con sus matemáticos míticos, la que dio a luz el calendario más exacto de la antigüedad, la que, a través de signos codificados, supo escribir su historia para la posteridad.

Muchas hipótesis rodean su aparición en el siglo XX: que acaso con ella terminó un linaje, o acaso la asesinaron y por eso no hay inscripciones en su tumba. Lo cierto es que la mujer en esta civilización tenía un papel preponderante. No eran solo guerreras, sino gobernadoras y en el caso de no tener poder oficial, dirigían de todos modos detrás del marido. Y por su parte, si ella gobernaba su esposo era solo un acompañante.

Es la búsqueda sin fin, dice Adriana Malvido, y ellos lo saben. En el trayecto muchos caminos se abren y se bifurcan hacia el pasado, quizás uno de ellos los conduzca hasta mi nombre.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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