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La peste y Juana

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  • Coral Aguirre

Un instante me escuchen, que cantar quiero un instante que estuvo fuera del tiempo

Sor Juana Inés de la Cruz

Por estos tiempos en que el tiempo se ha detenido o en que pareciera que estamos fuera del tiempo y cuyos instantes se fragmentan, se disuelven, se pierden en medio del silencio y la quietud, ha venido a mi memoria aquella mujer, creadora, poeta, que admiré tanto en mis años de juventud y de quien escribí La cruz en el espejo.

En su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz está, de alguna manera, todo lo que sabemos de ella, una especie de autobiografía. Muy curiosa para su tiempo, pues su falta de solemnidad y su arte de escribir, como si nos estuviera platicando, eran casi desconocidos entre los representantes de la Iglesia, y también el acto confesional que ello presupone.

Sor Juana muere en 1696, al ser contagiada por una peste de origen desconocido que asoló la Ciudad de México en aquella época. El contagio proviene de su desmesura para cuidar de sus hermanas del convento de San Jerónimo y asimismo de las penitencias con que se flageló por ser mujer de entendimiento, inteligencia desbordante y amante de los libros y la escritura.

De las penitencias que recuerdo haber leído, las que más me espantan son las del cilicio, que no solo se usaba para atormentar la carne debajo de las vestiduras, sino castigarse con él. Asimismo, rasgarse la ropa en ese castigo, y a medianoche salir al patio del convento semidesnudas prosiguiendo con la tortura de flagelarse mientras lanzaban gritos de espanto. Otra penitencia consistía, con la lengua y de rodillas, en dibujar en la loza o cemento del claustro, una inmensa cruz de saliva, lo cual desollaba la lengua convirtiéndola en un amasijo de pulpa y sangre.

No sé cuáles de estas penitencias realizó Juana (si no todas) hundida en el quebranto de haber faltado a Dios por escribir versos. Lo que sí advierto por los testimonios de aquellos eclesiásticos que supieron de ella, es que se vio obligada a abjurar de ésta su condición de intelectual el 5 de marzo de 1694 renunciando a las letras, una escritora cuyos versos están considerados los más perfectos del Siglo de Oro. Fecha de la cual dicen intelectuales de la talla de Méndez Plancarte, que fue “la hora más bella”. ¡La hora más bella que una creadora deba abandonar sus talentos solo porque un grupo de hombres (necios) no soportan su trascendencia!

Ella tenía una de las bibliotecas más ricas de la Nueva España y también raros instrumentos musicales de su tierra y amaba la lectura por encima de todo. En nombre de la avaricia y la ambición el arzobispo de México, Aguiar y Seijas, la despojó de todos estos bienes y muchos más, supuestamente para que se liberara de los intereses terrenales acrecentando así su propia fortuna personal. Misógino, al punto de sucumbirante la presencia de una mujer, la que, según él, lo devastaba por los apetitos que encarna, teniendo por cómplice a la misma Iglesia, no cejó a través de audiencias, apercibimientos y documentos, perseguir a la monja jerónima hasta las últimas instancias.

No obstante, no pudo enmudecer su razón, aunque sí confundir su conciencia. Mientras Juana se debatía entre los castigos que asumía para hacerse digna del Señor, nunca dejó de observar que estaba rodeada de hombres que solo querían acallarla. Acallar su lengua, su pensamiento, su escritura. Hasta por los rasgos de su letra fue perseguida puesto que, según decían, semejaba letra de hombre y no de mujer, la cual tuvo que hacer el inaudito esfuerzo de camuflar, fingir o disfrazar.

Finalmente, con la última abjuración en la que se proclama “La peor de todas”, su vida dejó de tener sentido. Le habían quitado la razón de su existencia y la llama por la cual cada uno de nosotros se mantiene vivo: la pasión vital de soñar, creer, crear, amar.

Entonces vuelvo al principio. Por estos tiempos en que a causa de la peste estamos recluidos, tenemos el privilegio de, en la quietud y el silencio de este Instante, porque en la unánime noche es solo un instante, recorrer el universo a la manera de Primero Sueño, su obra más grande, donde al interrogar el cosmos, la creación, la bóveda celeste, se interroga a sí misma y se advierte tan alta y tan contradictoria como para que su frente alcance el cielo y sus pies el lodo. Precisamente a lo que aspiramos y de lo que sufrimos.

Escribir, leer, interrogarnos acerca de nuestros actos, poner en duda nuestra ética, arrancarnos confesiones que no previmos, sin que nadie nos castigue, sino por puro arbitrio, es un ejercicio que de ningún modo debemos desdeñar.

Los tiempos de la peste son también los tiempos de la purificación de una humanidad que ha perdido su entereza. Sor Juana tenía para sí, que el conocimiento, los saberes del mundo, pueden conducirnos a la unión con Dios, pero también a la filosofía, vale decir a una sabiduría que nos vincule mejor con nuestro semejante. 


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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