Entonces a ella le pareció bello aquel árbol que Dios había llamado el Árbol del Bien y del Mal, y desprendió la manzana. Al tomarla pensó que sería bueno compartirla con su compañero. Así que se lo propuso graciosamente. Él dudó con aire de víctima, luego se irritó con aire de fortaleza y por fin exclamó “Dámela”, con aire acomplejado por no haber sido el primero en conseguirla. Ella propuso: “Compartámosla”. Sin embargo, él no estaba dispuesto, después de no haber sido el líder de la acción, y señaló con autoridad que la manzana debía ser suya. Ella resistió todo lo que pudo, pero finalmente él logró doblegarla y quitársela.
Había comenzado su lento peregrinar por tierras que según la ley de Dios, nunca serían suyas. Ese Dios, que es hombre, la acusó “Parirás con dolor” y le marcó los límites de su derrota. Ir detrás de él, servirlo, callar. Hecha la ley, hecha la trampa. Ella con muchos riesgos aprendió a robar manzanas.
Así, con nombre de Safo, se robó la manzana del erotismo creando los versos más bellos inspirados por Amor. Con nombre de María Magdalena se sentó a la mesa con los hombres como un discípulo más y se robó la manzana de la amistad. Con nombre de Hildergarda dialogó con el Dios católico, aunque le habían prohibido toda aspiración a ser igual al hombre y la manzana que obtuvo fue la del respeto y la admiración. Así transcurrió por los siglos, olvidándose de llamarse de alguna manera identificable y dificultándome a mí que soy su intérprete a reconocerla a pesar de Lilith, Ruth, Judith, Raquel, Aspasia y las míticas griegas, Antígona, Hécuba, Casandra, Ifigenia.
A medida que los tiempos se acercaban a los míos fue cada vez más fácil saber los nombres que tomaba. Entonces la encontré como Eleonora de Aquitania y me alegré. Se había robado la manzana del culto a la dama. Luego devino Marie de Champagne y tomó para ella la manzana de la escritura por primera vez con firma propia. Tiempo después se hizo llamar Cristina de Pisán y al autoafirmar su sexo, de una vez y para siempre se robó la manzana con que hasta nuestros días defiende su género. Antes había atrapado la manzana de la patria y con nombre de Juana de Arco le devolvió la honra que le habían quitado los hombres y después con la manzana de la política, llamándose Isabel de Inglaterra le dio a la suya la preeminencia de los mares y Europa.
Entonces se puso a escribir y se quedó con la manzana de la escritura. Escribía para su hija, para que fuera más libre, llamándose madame de Sevigné. Los nombres que se sucedieron a partir de aquí son muchos, aunque es cierto que a veces firmó como hombre: George Elliot, George Sand, Isaak Dinessen… Quiero decirles que ella es muy compleja, a veces se deja amedrentar, pero otras avanza en pie de guerra como la amazona que guerrea con Aquiles, aquella Pentesilea. Así madame de Stael, nombre que ostentó para enfrentarse a Napoleón, o Marie Wollstonecraft, nuestra primera filósofa feminista. Luego vinieron las más famosas: Jane Austen, las Brontë, Dickinson, Woolf, Mansfield, Mc Culler, Rhys, hasta las nuestras, como Nellie Campobello que se robó la manzana de la Revolución, o Rosario Castellanos quien hurtó la manzana de los estudios académicos, sin olvidar que antes fue Juana Inés la que decidió tomar para sí la manzana del saber.
Cuando se llamó Isadora se prendió a la manzana de la danza y en madame Curie toda la ciencia fue por un momento suya. Cuando obtuvo la manzana de la música llevó nombre de Clara Wieck y mucho más tarde de Jacqueline Dupré. Cuando se robó la manzana de los colores fue Frida, María Izquierdo, Leonora Carrington, Remedios Varo.
Ella es diversa y plural, detrás de su nombre se esconden las minorías, los olvidados de la tierra. Dicen que morena o blanca, gitana o bruja, es la huella porque planta la diferencia.
Por obtener sus manzanas sufrió persecución, cárcel, pena capital. Acusada en todos los tiempos, durante la Comuna de París, con nombre de Luisa, fue la primera en hacer un territorio comunitario en 1871. Como Rosa de Luxemburgo, habiéndose robado la manzana de la utopía revolucionaria, fue muerta a golpes por el ejército de su país. Quizás la única que sufrió persecución y cárcel con los mismos ideales, pero murió en su cama, fue cuando se llamó Flora Tristán. Lo cierto es que murió muy joven. Es difícil pensar por una misma cuando no hay oportunidades para serlo.
No obstante en la mitad del siglo XX, yo tuve guía gracias a ella. Así nos demostró igual que un siglo antes la señora Taylor, esposa y mentora de John Stuart Mill, filósofo feminista, que solamente juntos él y ella cambiarán las cosas. Esta Simone se robó la manzana de la historia, de la filosofía y de las ciencias. No se nace mujer, se llega a serlo, poniendo todo en cuestión.
En fin, lo que quiero decir es que hoy, 8 de marzo de 2020, ella se hace presente para entregarnos una vez más su memoria y sus esperanzas. Y a esta manzana no necesitamos robárnosla. Es un acto libre y responsable del que me congratulo junto con ella, aquí presente en cada una de nosotras.