También en el teatro fuimos las últimas en llegar. Lady Macbeth o Julieta, Ofelia o Margarita, eran jugadas por muchachos andróginos al estilo del Tadzio de Muerte en Venecia de Visconti, aunque hoy en día nos parezca ridículo. De modo que es la Commedia dell’Arte la que funda la teatralidad tal como la conocemos en nuestros días. No solo lleva ese nombre porque arte en el Renacimiento significa oficio, vale decir verdaderos actores cuyo ejercicio es el de serlo, no aficionados que entre otras cosas hacen teatro por gusto, sino asimismo por incluir a mujeres en sus elencos. Mujeres sabias (esas que caricaturizará Molière un siglo después), mujeres eruditas a las que se les exigirá que sean capaces de improvisar, esto es satirizar, filosofar y entender el mundo como los hombres.
De modo que Isabella Andreini (1562-1604) para ser la actriz que inaugura simbólicamente nuestra presencia definitiva en las tablas, ha de reunir todos esos atributos. Famosa por su belleza, su talento, sus escritos y sobre todo por la encarnación que logra de la enamorada, ese personaje que en muchas ocasiones llevará su nombre: Isabella.
Poco sabemos de ella a pesar de la fama alcanzada en su tiempo. Algunos datos sueltos que tratamos de reunir para imaginarla mejor. Dicen que era virtuosa. En aquella época la mujer que se enredaba con la escena, el espacio público, los oficios masculinos, era generalmente de vida airada, como se decía, o mujer pública, que significaba libertinaje. No obstante, ella, cuyo verdadero nombre es Isabella Canali, nacida en Italia y muerta en Francia, fue tan famosa como para que conozcamos sus rasgos grabados en pinturas y monedas. Sin duda era bella e inteligente, y por ello generó el prototipo de la enamorada en su oficio teatral y dejó memoria de su paso por las artes.
En 1578 se casó con el actor Francesco Andreini de quien tomó el apellido. Pronto tuvieron la suerte de ser contratados por una compañía que, en la multiplicidad de las Commedia dell’Arte que circulaban por Europa, era una de las más famosas y de mayor excelencia: I Gelosi. Se cuenta que el rey de Francia, Enrique IV, los contrató para homenajear a la que sería su reina consorte, María de Médici. Tiempo después esa misma Compañía hubo de dirigirla su propio esposo, con lo que su celebridad creció aún más.
Todos sabemos que las compañías de teatro en la mayoría de los casos estaban conformadas por familias, asimismo las de América y las que llegaron a nuestro continente. Tradición que en la época de Isabella era muy fuerte de modo que no sorprende que también su hijo fuera actor y dramaturgo como ella. Y también sabemos que el hecho de participar en una compañía teatral significa ser hábil en muchos oficios, incluso hasta el presente. Así Isabella autora, poeta y cantante, como actriz, trágica y cómica, o bien funámbula, juglar, danzante y malabarista, a veces filósofa, satírica, a veces bufonesca, expresividad que dominaba. Qué maravilla de capacidades de aquellas y aquellos cómicos de la lengua.
Al morir Isabella, como si fuera una reina, se acuñó su rostro en una moneda de la ciudad de Lyon, y en su reverso, el de la diosa Fama, con la inscripción aeterna fama. E, ¡increíble!, fue enterrada como buena cristiana, privilegio que no obtuvo Mozart un siglo después. Los artistas que se exhibían en los escenarios, a pesar de la adoración que provocaban a la hora de realizar sus proezas escénicas o musicales frente al público, no podían recibir santa sepultura. Se los echaba a la fosa común como a los ladrones y asesinos.
En estos tiempos en que estamos recuperando la historia de las mujeres creadoras no es gratuito subrayar que Isabella Andreini es el paradigma de la primera actriz de nuestra historia teatral en Occidente. Sin embargo, cuesta darle el lugar que se merece puesto que estamos demasiado acostumbrados a rendir loas solo a los hombres como pioneros, olvidando las más de las veces, que a la par de aquel, multitud de mujeres han ofrecido a las artes y las ciencias, su inconmensurable sensibilidad y sabiduría, y no pocas veces la absoluta originalidad de sus creaciones.
Por Coral Aguirre