Carlota desborda a su corrido. Entrenada en armas, como su hijo el ex diputado perredista detenido en 2019, y como presumía serlo una de sus víctimas en redes sociales.
Es la canción apologética de la justiciera armada o la lamentación respecto de la “abuela sicaria”. Una cultura popular ansiosa de pseudoheroísmos y personajes anticlimáticos la hace imagen nacional ante la ausencia de otras auténticas valentías.
Las abuelas rosas no usan pistola ni requieren asesinar para hacer valer sus derechos. Algunas fiscalías no resuelven las denuncias respecto reales o presuntos despojos en una sociedad que los ha visto incrementarse ante la depredación de células delictivas dedicadas a la ubicación de personas mayores incapaces de legar y aisladas de la protección del Estado, aún con territorios donde ha sido inhábil para contener las violencias ilegítimas, provenientes de cárteles o abuelas tan armadas como desalmadas.
Carlota es nombre de actitudes normalizadas en la familia; síntoma de ineficiencia de la procuración de justicia; sinónimo de limitaciones para la protección de la propiedad privada: nombre popular de nuestra necesaria apropiación colectiva de la vida pública mientras la narrativa oficial, justificadamente o no, entrega números y acciones reales del progreso contra la incidencia delictiva.
Persiste, cierto, evidencia de contención. Debe reconocerse el esfuerzo de la Presidenta Claudia Sheinbaum, de la gobernadora Delfina Gómez —aquí es inevitable advertir el debate sobre la eficiencia gubernamental de la entidad más poblada de la nación—, de la jefa de Gobierno, Clara Brugada, distinguida por un acercamiento ciudadano sin precedente.
Imposible ignorar, simultáneamente, a la abuela Carlota distante de la cultura del diálogo, así como del programa “Sí al desarme sí a la Paz”.
A sus 74 años sería condenada por su distancia de la comunidad, en el ocaso de la vida —será difícil probar algo como “legítima defensa”— mientras el amanecer pleno del estado de derecho permanece ausente en Chalco y en otros municipios.
La adulta mayor extingue, extermina, concluye, la vida de dos hombres presuntamente integrantes de un grupo familiar despojador de viviendas.
Opinión viral, tan vox populi como vox Dei. Se dictamina contradictoriamente, heroína o asesina vulgar. Buena puntería tuvo Carlota. Da en el centro de la argumentación según la cual la violencia ilegítima tiene tan pronunciada aceptación popular como aceptación legal tiene la violencia legítima cuyo monopolio corresponde al Estado.
“Está dura la cosa, pues si te pasas de listo te dispara la abuela de rosa”. El corrido de doña Carlota ya narra la andanza de una manera de asesinato arropado en hartazgo social o en agandalle contra el prójimo.
Apenas el lunes, en la Mesa de Coordinación para la Construcción de la Paz, la gobernadora Delfina Gómez había resaltado la baja de 28 por ciento en los homicidios dolosos. ¡Mamá Carlota!, exclamaba mi madre cuando algo le asombraba; en nuestras narices, la realidad.
