En 2016, cuando publicamos ‘Los doce mexicanos más pobres: el lado B de la lista de millonarios’ (Planeta), el mapa de la desigualdad parecía un pantano sin orillas. Cuatro de cada 10 mexicanos vivían en pobreza. Las historias de Antonio López Velasco –campesino de San Juan Cancúc, Chiapas, padre de 29 hijos–; de Juan Pablo Anacleto –jornalero desempleado de Cochoapa el Grande, Guerrero, endeudado con 9 mil dólares–; y de Lourdes Méndez Ramírez –tejedora de sombreros de San Simón Zahuatlán, Oaxaca, que se alimentaba de hierbas silvestres– eran apenas tres postales de un país hundido en el rezago.
El salario mínimo rondaba entonces los 73 pesos diarios. La narrativa oficial era un rosario de frases neoliberales que ya parecían dogmas: “el mercado corregirá las desigualdades”, “los pobres son pobres porque no trabajan”, “aumentar el salario mínimo quebrará al país”, “hay que enseñar a pescar, no dar el pescado”. Los programas sociales eran limitados, el empleo precario y la movilidad social, una ilusión estadística.
El silencio del viejo modelo
Entre 1982 y 2018, seis presidentes –de Miguel de la Madrid a Enrique Peña Nieto– habían gobernado bajo el mismo credo económico. Pero en 2019, la llamada Cuarta Transformación rompió con ese libreto. Andrés Manuel López Obrador colocó “Primero los pobres” como principio rector, y lo tradujo en políticas concretas: aumentos anuales al salario mínimo, expansión de las transferencias directas, revalorización de la pensión universal para adultos mayores, y reorientación del gasto hacia programas como Jóvenes Construyendo el Futuro o Sembrando Vida.
El cambio más disruptivo fue salarial: de 73 pesos diarios en 2016 a 278 pesos en 2025, un aumento nominal de 280 por ciento, que en términos reales –descontando inflación– significó el mayor incremento en décadas.
La apuesta fue arriesgada: sus críticos auguraron inflación descontrolada, quiebra de pequeñas empresas y pérdida de competitividad. Ninguna de esas catástrofes se cumplió. Por el contrario, el poder adquisitivo mejoró y, según el viejo Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), la proporción de trabajadores con ingresos insuficientes para comprar la canasta alimentaria cayó del 40 por ciento en 2018 al 30 por ciento en 2024.
El dato que define un sexenio
Este 13 de agosto, el Inegi dio la estocada a los pronósticos apocalípticos: 13.4 millones de mexicanos salieron de la pobreza en los últimos seis años. De ellos, casi dos millones abandonan la pobreza extrema.
Hoy, tres de cada 10 mexicanos siguen en esa condición, pero la tendencia rompe una inercia de casi cuatro décadas. Excepto en el acceso a salud –donde el desmantelamiento del Seguro Popular y la lenta operación de su sustituto provocaron retrocesos–, todos los indicadores sociales muestran mejoras: el ingreso promedio por persona aumentó, al tiempo que la carencia por acceso a alimentación y el rezago educativo retrocedieron.
Para disgusto del “corifeo” opositor que veía en la política social de AMLO una ruta al desastre, los números lo ubican hoy en un lugar que pocos líderes han ocupado: el de un presidente que puede decir que cumplió su promesa central.
Las asignaturas pendientes
El sur profundo sigue atrapado en la trampa de la pobreza. Chiapas, Guerrero y Oaxaca mantienen más de la mitad de su población en esa condición. En contraste, Nuevo León, Ciudad de México y Baja California Sur figuran entre las entidades con menor rezago.
No sabemos si Antonio, Juan Pablo o Lourdes –aquellos protagonistas del libro de 2016– forman parte del convoy que logró mejorar su vida. Pero sus municipios natales siguen entre los más pobres del país. Allí, la distancia con el resto de México no se acorta con la misma velocidad.
La desigualdad también persiste en clave de género: las mujeres ganan en promedio 34 por ciento menos que los hombres. Y, aunque la pobreza laboral disminuyó, la informalidad laboral sigue rozando el 55 por ciento.
Estos desafíos quedarán en el escritorio de la presidenta Claudia Sheinbaum, quien tendrá que decidir si dobla la apuesta de su antecesor o si modera el ritmo de los cambios.
El contexto internacional
En un mundo donde las brechas se ensanchan –el Banco Mundial reporta que la pandemia empujó a 70 millones de personas a la pobreza extrema–, México nadó contra la corriente. La fórmula mexicana, basada en aumentos salariales, gasto social expansivo y programas universales, contrasta con la ortodoxia de países que optaron por subsidios focalizados y ajustes fiscales.
No es un modelo sin riesgos: el costo fiscal de las transferencias creció y se financió en parte reduciendo la inversión en infraestructura y conteniendo el gasto en salud. Pero el impacto en bienestar fue inmediato.
En el plano político, la cifra de 13.4 millones será un estándar para el lopezobradorismo, una bandera que legitima su narrativa de “humanismo mexicano” y que podría moldear las campañas electorales del futuro.
El sello de AMLO
Desde su rancho en Palenque, La Chingada, López Obrador podrá decir “Misión cumplida”. No será sólo un eslogan, sino un número tallado en piedra: 13.4 millones de personas.
En las sobremesas familiares, en el cuchicheo entre amigos, en el orgullo de las abuelas y, sobre todo, en las páginas de los libros de historia, ese dato aparecerá como el sello de un sexenio.
En 2016, parecía imposible. En 2024, es estadística oficial. Esa cifra no la tuvo ni Obama, tampoco el brasileño Lula en su primer mandato ni los presidentes europeos en tiempos de austeridad. López Obrador sí.
La pobreza no ha desaparecido. La desigualdad tampoco. Pero en un país acostumbrado a escuchar promesas vacías, que un presidente pueda decir “lo firmé y lo cumplí” no es cosa menor.
La historia juzgará si este fue un punto de inflexión o un episodio excepcional. Lo que ya es innegable es que millones de mexicanos hoy tienen un piso más firme bajo sus pies.
AMLO demostró que el pantano sí tiene orillas.