Desde sus orígenes, la filosofía ha establecido una distinción entre ser y aparecer. Llevar esa distinción al ámbito humano hace notar que en el mundo en que vivimos, privilegia la apariencia sobre el ser. Vivimos, como diría Heidegger, en una época en que la imagen se toma como la realidad, como si una foto revelara lo que la persona es. Los políticos lo saben: la imagen es primordial, la apariencia ha tomado el lugar del ser.
A esa prioridad responde el aumento de las cirugías innecesarias con fines puramente estéticos. No me refiero a la cirugía plástica reconstructiva, sino a las cirugías cuya única finalidad es lograr que un cuerpo responda a los estándares de belleza de la sociedad o que una cara aparente una juventud que no se tiene.
Recientemente he tenido el privilegio de escuchar algunas opiniones de mis colegas del Colegio de Bioética sobre este tema, y eso me ha motivado a tomar una postura propia desde la filosofía, que es el área a la cual me dedico. Intentaré transmitirla en este breve espacio.
Me queda claro que cada quien es libre de hacer con su cuerpo lo que quiera. Pero pregunto: ¿podemos aceptar que una niña decida operarse para tener el cuerpo de una mujer? En nuestro país basta con la firma de uno de los dos padres para que una menor se opere, y tal fue el caso de Paloma Arellano Escobedo, quien a los 14 años se sometió a una cirugía estética y poco después de una semana, perdió la vida por complicaciones postoperatorias.
El caso ha llamado la atención no solo por la tragedia de una muerte temprana y prevenible, sino porque la madre fue la que otorgó el consentimiento, el padrastro la operó y todo esto se hizo a espaldas del padre: terrible combinación. El caso deja una gran interrogante en torno a la alteración del cuerpo de menores con finalidades estéticas: ¿existe una línea que divida la decisión adulta, de la de una niña o una adolescente?
El término “adolescente”, del latín adolescens, no significa “adolecer” en el sentido de “carecer”, como comúnmente se cree. Como verbo, adolescere se desglosa en el prefijo ad, hacia, y alescere, que viene de alere: nutrir. De modo que el adolescente no es aquel a quien le falta algo, sino aquel que se está nutriendo, aquel que aún está en crecimiento.
Sí: cada quien es dueño de su cuerpo, pero una persona que está aún en crecimiento no ha madurado todavía para tomar ciertas decisiones. Se vota solo a partir de los 18 años y nadie piensa que eso sea un ataque a la autodeterminación individual. Cada quien es libre de decidir si expone su cuerpo a cirugías riesgosas, pero una niña de 14 años no tiene la madurez para decidirlo.
El caso de Paloma nos lleva a preguntar si el requisito de la firma de uno de los padres para realizar operaciones a un menor, se debe incluir también este tipo de operaciones estéticas innecesarias cuya única finalidad es cambiar la apariencia.
Sin duda, la apariencia ha triunfado sobre el ser.