Cultura

Una canción llamada Lila Downs

El escenario es de quien lo llena con su música, con su arte, y la maestra Lila Downs es eso y más. NOTIMEX
El escenario es de quien lo llena con su música, con su arte, y la maestra Lila Downs es eso y más. NOTIMEX

“Viene Lila Downs a Bellas Artes”, me dice mi mamá. “¡Vamos!”.

Yo, muy adentro de mí, pensaba: “¿Cómo? ¿Un espectáculo así, en Bellas Artes?”. Bueno, claro que sí. He visto a varios artistas no clásicos, y no taaan clásicos, en ese lugar. Aunque, en su mayoría, son clásicos.

Me arreglé para ir a Bellas Artes. Mis padres: “María, es Lila Downs; vete con una camisa mexicana, no seas tan formal.” Me acordé de cuando iba a ver a Mario Iván Martínez. Me gusta ir vestida con algo del tema: para Cri Cri, para Mozart, para cuentos navideños... Me acordé de esa etapa de mi Bellas Artes, que, desde que tengo memoria, ha sido mi Palacio.

Hace dos años compartí un evento con varios artistas, entre ellos, Lila Downs. Y desde entonces la escucho. Y cuando pensaba en su música, también me preguntaba: “¿Cómo le vamos a hacer para no sentir que dan ganas de aplaudir llevando el ritmo de las piezas?”.

Después de dos años de encierro por la pandemia, solo había estado en algunos recitales de música clásica y cuando habían sido con orquesta, era una muy reducida.

¿La verdad? No sabía qué esperarme de un concierto de Lila Downs en el Palacio de Bellas Artes.

Desde que nos formamos para que nos dejaran entrar al lobby del recinto, todo era lleno de colores, de rebozos, de camisas típicas mexicanas, de cubrebocas llenos de artesanía. Enfrente de nosotros había un señor feliz, que nos dijo: “Desde que me jubilé, no hago otra cosa más que darme todos mis gustos. Vengo de Veracruz. Y estoy emocionadísimo de ver a Lila Downs”.

Entramos. Y la emoción de toda la gente era muy diferente a esas veces que yo he ido a Bellas Artes, incluso antes de la pandemia. Con el Palacio sin un asiento libre, mi papá, mi mamá y yo nos sentamos en las lunetas, en el primer piso. Veía un desfile de gente llena, llena, llena de una energía muy diferente, de una energía muy mexicana.

Pensé: “¡Guau! Este concierto va a ser muy diferente y muy divertido”.

Tercera llamada. Y el público se vuelve loco, pero loco. Gritos y gritos, como si estuviera en el Foro Sol, algo muy extraño que pase en Bellas Artes.

Hubo como cinco segundos de silencio. Y, desde una escenografía llena de colores, llena de magueyes, sale desde el fondo Lila Downs y empieza a cantar. El público grita, aplaude y corea la primera canción. Poco a poco, la gente se va prendiendo más... y más. Salen los paliacates de colores que se agitan en el aire, algunas personas caminan hacia los pasillos para bailar: todos se paran, se vuelven locos con “El Son del chile”; se vuelven más locos con “Cariñito”.

El Palacio de Bellas Artes, lleno de color y con gente bailando por todos lados.

Salen los invitados. Primero, Natalia Lafourcade; luego, el poeta Mardonio Carballo. Viene el turno del maestro Javier Camarena. Y cantan juntos, él y Lila Downs, “Cucurrucucú, paloma”, canción que solo había escuchado en algunas fiestas de la familia.

Se caía el Palacio.

Los “vivas”, los “wooows” ante la voz de Camarena y las sonrisas de los dos me conmovieron hasta las lágrimas, que no es difícil, pues soy muy chillona.

El concierto siguió con danzantes, bailarines, coro, banda, mariachi... Una fiesta en ese escenario que yo amo, y que después de ver esto, lo amo más. Lo amo más, pues el escenario es de quien lo llena con su música, con su arte. Y la maestra Lila Downs es eso y más.

Hubo un momento en que todo pasaba muy rápido, hasta que, de pronto, lo empecé a ver como en cámara lenta: público con sarapes, con paliacates levantados, flores en la cabeza de las mujeres al estilo de las tehuanas, coronas de florecitas secas, gente parada aplaudiendo, bailando, cantando... Veía hacia los palcos y los otros pisos, y eran una fiesta de colores. Cuando ya no pude y me puse a llorar, ya muy mal –creo que sacando el encierro por la pandemia–, fue con “La llorona”, una pieza que a mi mamá le encanta y se escucha mucho en casa.

Todos, coreando.

La última canción (antes de lo que yo conozco como encore) fue “Zapata se queda”.

Todos estaban en el escenario. Gritos, ya de locos todos, risas y canto. Lila Downs interpretó el encore y se despidió del escenario. Pedimos a gritos la típica: “¡Otra… otra!” por más de cinco minutos, pero la función había terminado, después de casi dos horas de festival de Lila.

Me colé a los camerinos, todavía con la piel chinita. El maestro Camarena me vió y me preguntó si quería conocerla. Mientras él se tomaba fotos con todos los músicos y bailarines, en esta mezcla tan extraordinaria de tenor con cantante folclórica, los clásicos estábamos impresionados con los folclóricos y ellos con los clásicos, me la presentó, no sin antes decirle:

“Lila, ella es María. Y ya quiere llorar solo de pensar en que te va a saludar”. Ella, encantadora, sencilla, de risa padrísima. Le pedí una minientrevista. Y yo, apenas, podía contener la emoción.

Nos despedimos con un abrazo que solo los músicos –creo– podemos darnos después de presentarnos en el escenario. Salí feliz.

Mientras esperábamos el auto, un señor muy amable se acercó y me dijo: “Este es el Palacio, y ustedes son las Bellas Artes”. Me quedé pensando: “No, esta noche es el Palacio de Bellas Artes, y yo acabo de abrazar a su reina. A la reina de esta noche: una canción llamada Lila”. 

María Hanneman Vera*

* Pianista clásica (Ciudad de México, 27 de marzo de 2006). A sus 16 años, ha ganado 20 premios internacionales y siete nacionales, entre ellos primeros lugares en 2017 Vancouver International Festival of Russian Music, en 2020 International Competition Salzburg “Gran Prize Virtuoso” y en 2021 International Music Competion London “Prize Virtuoso”

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María Hanneman Vera
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