¡Ánimo y a sobrevivir!, fueron las últimas palabras escritas en mi anterior participación, ése deseo sincero lo mando a la gente en general, a las organizaciones y a las empresas.
Y es que de las últimas noticias lúgubres, nos enteramos que el gobierno no da esperanza factible fiscal, ni política, ni económica, por lo que la clase empresarial y los trabajadores se quedan solos.
Ya hay suspensión de actividades de varios giros, considerados no prioritarios y por ende, ha habido despidos en empresas de esas actividades, “adelanto” de vacaciones, pero sin el bonito detalle de pagar al personal esos días, o el cierre definitivo de negocios.
Las empresas están para producir bienes y servicios, pero en estos momentos, los negocios que no tienen su cliente cautivo, se angustian para tratar de subsistir.
Como mercado, y en la medida de nuestras posibilidades, debemos seguir consumiendo esos productos, para que dichos negocios, permanezcan.
Dependerá de la visión y estilo del liderazgo de cada empresa, las decisiones que se tomen para afectar lo menos posible, ni al cliente, ni a su proveedor, ni a sus trabajadores.
Es aquí, y con esa empatía de los empresarios, donde se demuestra que los valores persisten en el manejo de los negocios, y que es mejor proceder con ética, que violando la ley.
Por otra parte, los que formamos la fuerza laboral, también debemos sensibilizarnos, y entender la precaria situación de la empresa y ayudarla: ajustándome a las nuevas funciones que se me vayan acumulando, o negociar una reducción salarial temporal.
Esta caótica situación, permite aprender de esta terrible experiencia para futuras emergencias, y lo que no te mata, te hace más fuerte.
Por lo tanto, saldremos mejores empresas y mejores personas de esta pandemia.