Sí, sí, sí: reminiscencia de Hesíodo y sus Los trabajos y los días: las semanas y los meses.
¿Por qué? Porque de la luna es el lunes; de marte es el martes; de mercurio es el miércoles; de Jove/Júpiter es el jueves; de Venus es el viernes.
Y, ¿el sábado? ¡Ah! El inglés lo dice muy bien: el sábado es el día de Saturno.
¿Y el domingo?
¡Ah! El domingo es el día del Señor.
¿Y los meses? ¡Ah! Los meses. Todos se alternan en 30 y 31 días, menos febrero.
¿Por qué? Porque los emperadores celosos, abrumados por ambición rampante, quisieron tener cada uno su mes indicativo, sintomático, de 31 días.
Entonces César Augusto reclamó su cuota pareja con la de Julio César.
Y le robaron un día a febrero, por eso quedó manco.
Por eso, nada más por eso, julio y agosto son los únicos meses de 31 días consecutivos en el calendario.
Y claro: noviembre era el noveno mes (la raíz del voquible lo delata); diciembre era el décimo mes; y octubre el octavo.
Y enero, y febrero y marzo (con su correspondiente verbo marcear: hacer el tiempo propio del mes de marzo, esquilar las bestias, esto es, cortar el pelo, vellón o lana de algunos animales.
Y ¿abril? ¡Ah! ¿Quién me ha robado el mes de abril? Ya lo dijo el jienense, gentilicio culto. ¿Por qué? Porque hay gentilicios populares y cultos, fifís y chairos.
De Mérida, por ejemplo, merideño o meridano o emeritense, y van las cuatro Méridas en la apuesta: mexicana, venezolana, española y filipina, pero estamos en septiembre (que debería ser el séptimo mes), y antier fue mi cumpleaños. Antes de ayer: antier.
Antier es anteayer, esto es, antes de ayer.
Así lo dice Sebastián de Covarrubias Orozco en su Tesoro de la lengua castellana o española, en su diccionario emblemático, logotípico:
latino, nudius, tertius, id est, nunc dies tertius:
Los trabajos y los días, las semanas y los meses. ¡Salud!