Es difícil saber que acérrimo es el superlativo de acre, esto es, amargo.
Así me interrogó en España, mi entrañable fratello y primo Luis Alberto de Cuenca y Prado.
Hay voces en nuestro idioma como integérrimo, superlativo de íntegro. O libérrimo, de libre.
Alguna vez, en Madrid, el sabio y dilecto amigo Antonio Domínguez Rey reparó, con su natural perspicacia, que en nuestro México lindo y querido campea un superlativo insuperable y es, ni más ni menos, la palabra chingonométrico.
Claro: los superlativos en español suelen terminar en ísimo: buenísimo, fortísimo o grandísimo, por citar sólo tres ejemplos.
También lindísimo o, por contraste, feísimo. La expresión “de rechupete” es una potencia que encanta al buen corazón y a la buena crianza, soberbia aparte.
Y, por cierto, la aprendí de mi llorado amigo Fernando Martínez Sánchez, quien fungió como director de la Casa de la Cultura de Torreón algunos años: ingeniosísimo.
Quiero cerrar, rematar, este artículo con un superlativo mexicano que no tiene desperdicio y que, además, respira con su correspondiente palíndromo, y es mamacita (superlativo y cariñativo).
Venga: A ti cama, mamacita! La gran fiesta de los superlativos: de amigo no amiguísimo sino amicísimo. ¡Ah!