El diccionario de María Moliner avisa que meninge es membrana, y añade: cada una de las membranas que envuelven el cerebro y la médula espinal.
La más sutil de las meninges es la aracnoides, cuyo nombre no disimula su procedencia: relacionada con los arácnidos.
¿Por qué?, porque es una suerte de tela de araña que recubre, superpuesta pero no adherida, a la superficie profunda de la duramadre.
La aracnoides es fina y delicada, comunican los manuales de anatomía (Gray anatomía para estudiantes, p. 104).
A guisa de lo que ocurre con los cilindroejes o axones respecto de las dendritas, la relación de la aracnoides con la duramadre es de "contigüidad no continua".
Cambio de tema: el líquido cefalorraquídeo es un auténtico protector mecánico del sistema nervioso central, un mullido colchón hidráulico.
La piamadre o meninge interna funge como tapiz de las circunvoluciones del cerebro. Mientras más externa es la meninge es mayor su dureza.
Hagamos un ejercicio crítico e imaginemos un mundo sin meninges.
Los seres humanos tendríamos que reducir el espectro de actividades relacionadas de manera directa con el encéfalo:
menos cabezazos en el juego del hombre, como lo apodó Ángel Fernández, y necesarias caretas en el box, por citar sólo dos deportes.
No digo aquí nada de esquiadores, motociclistas (México) o motoristas (España) o de jugadores de fútbol americano: sus cascos demandarían un vigoroso refuerzo.
Quizá podríamos sobrevivir sin aracnoides y sin piamadre, pero la ausencia de la duramadre nos tendría vigilantes de nuestra cabeza día y noche.
Sin esa membrana tendríamos que prohibir todo género de coscorrones.
Pidamos una membrana aún mayor que la externa y resistente duramadre: que a Dios y al rey, pedir y volver. ¡Ah¡