Yo soy mi propia casa.
Pita Amor
Fabulosa, mítica, personaje que le dio a la Ciudad de México un nuevo motivo para ser mágica. Cuando llegué a vivir allí en 1989 descubrí una extraña mujer vestida de verde o amarillo, me parece recordar, entre las calles de Reforma y más allá… era, me contaron, una poeta que había enloquecido. No me extrañó. Las poetas, los artistas, si es que no enloquecemos del todo, siempre estamos un poco pirados. Ahora pienso que no era un vestido sino un abrigo, en realidad el resto de su pelo rubio canoso teñido y el extraño tocado primaveral sobre su cabeza, me bastaban para inventar cualquier historia. Sin embargo no era una loca de amor, o acaso sí, vaya a saber. Era Pita Amor cuyos poemas conocí por un amigo también poeta que la admiraba mucho.
Con una fortuna a su disposición que finalmente agotó, siempre hizo lo que quiso y doblegó a la familia pudiente tanto como pudo haciendo de su voluntad el único reino cierto. Qué la ponía tan loca para desbaratarse a la menor oposición a sus deseos. Nadie lo sabe. Lo cierto es que creció entre berrinches esta muchacha llamada Guadalupe Teresa Amor Schmidtlein nacida en México en 1918 y viajera a la inmortalidad, según sus propias palabras, en el año 2000. Que todo morirá cuando yo muera... ¡Imposible pensar de otra manera!
Hija de aristócratas, la menor de siete hermanos, pronto advirtió que nadie podía arrebatarle su cuerpo, su belleza, su encanto, aquello que hubo de predominar en cada época de su vida y se aferró a ello de tal modo que pareciera ser invención de Armonía Sommers, la escritora uruguaya, de quien su más entrañable personaje decide salir al mundo desnuda. Así lo hizo Pita en cada circunstancia que le pareció propicia. Desnuda posó, anduvo por las calles, jugó a ser reina y sedujo a los hombres de su antojo.
Supo de su belleza antes que de su inteligencia, por eso los versos le nacieron tarde y como sin quererlo. Ella observaba en el espejo su silueta, su boca, sus ojos y exultaba ¡Soy divina!, ¿verdad? Y danzaba y reía la muy loca cuyas fiestas eran decorados para sus giros y sus ocurrencias. Dice su prima, Elena Poniatowska, que el escándalo fue su forma de vida. No cabe duda.
Un caso mitológico manifestó Alfonso Reyes. Extraordinario en verdad para un México que nunca descolló por ser francamente sincero sino más bien por ocultar las sinrazones y miserias de grandes y chicos de su sociedad. Qué escándalo habrá sido para esta gente una mujer que no usaba ropa interior y lo proclamaba a ojos vistas. Una muchacha sin pudor, sin vueltas, con la ira que enarbolaba en su paraguas o en lo que tuviera a la mano. Quien a los dieciocho años inaugura su vida sentimental con un hombre de sesenta y luego de los años ¿fieles?, elige a quien quiere y cuando quiere.
Pero todas estas versiones de Pita son máscaras que ocultan su desamparo, me parece. Reyes la seduce, dicen que sus versos fueron escritos por el regiomontano. Lanza sus libros por sorpresa y ante la evidencia ponen en duda su talento. Porque posa para Rivera y señala que en esas sesiones pasó de todo, porque nunca se calla y se quita la ropa cuando menos se lo piensa, porque con ese hombre sexagenario quiere tener un hijo y éste la abandona. Porque tiene el hijo y no puede ser madre, se espanta, y se lo regala a su hermana. Y porque finalmente el niño muere al año y medio y ella no se lo perdona aunque el dolor es para la madre sustituta que lo había arropado. Otra máscara. La del dolor, la de la culpa, las miradas sobre ella, ¡Pobre Pita! Y al cabo de los años el renacimiento, los recitales, la gloria… y el final.
Pita Amor se desbarranca, se pierde entre tantos roles, tantos rostros, tanto anhelo de ser vista, admirada y querida. Anhelo de todos los hombres y mujeres de esta tierra… Se pierde por Amsterdam y Hamburgo, Génova o cualquiera de esas calles con nombre de ciudades que serpentean por Reforma. La zona rosa deviene su reino. Y el ruedo del metro Insurgentes. Se disfraza de lo que fuere para seguir lastimando al mundo. Eso es lo que quiere. Y un buen día toma el camino final con sed de venganza para que esta humanidad desprovista se acabe. Corre el año 2000. Comienza el nuevo siglo.