Dudando está el espíritu sitiado si eres mi sangre disculpada en verso o mi dolor en carne figurado
Concha Urquiza
Al descubrir a Concha Urquiza (1910-1945) de pura casualidad, puesto que ningún poeta me la había nombrado, nunca supe que era una hermana de aquellas locas del sur que yo llamo desaforadas. Su verso se acerca al de Ibarbourou, Storni, Agustini. No la siento emparentada con las poetas mexicanas a pesar de ser heredera de Sor Juana, según algunos especialistas, solo porque se hace hincapié en su misticismo, cuando en sus últimos años se vuelve católica soslayándose su militancia comunista. Como si haberlo sido empañaría en algo su devoción cristiana de más tarde. Y la inscribo en aquella pléyade porque también sus rasgos son semejantes. Bella como Delmira, obstinada como Alfonsina, de aliento íntimo como Juana de Ibarbourou, a veces discreta, y no obstante, amorosa como Gabriela Mistral. Y lo que me asombra que su destino final fue tan trágico como el de las sureñas. Se hundió, perdió la vida así, sin ton ni son, por error, por distracción, por olvido de sí misma o por decisión propia. Lo cierto es que su cuerpo, sus versos, sus utopías, se cayeron al agua en Ensenada, Baja California, un 20 de junio de 1945. Treinta y cinco años y ninguna flor, solo sus poemas.
Nunca se casó ni tuvo hijos. Bajo el cuidado de la revista Ábside, de carácter religioso, y de uno de sus miembros, Gabriel Méndez Plancarte, en los últimos años de su vida había cambiado su vena comunista por el catolicismo más acendrado. A partir de entonces la llamaron la poeta mística y la compararon con Sor Juana. He leído muchos de sus poemas, si no todos ,y no encuentro en ellos más que la pasión por la vida y el amor. Es fácil por parte de la crítica masculina, decidir.
Nacida en Michoacán, a la muerte de su padre, dos años después, la familia decide mudarse a la Ciudad de México. Estudia la primaria e interrumpe la secundaria, y ya de niña comienza a escribir poemas que algunos periódicos han de publicar. Su precocidad llama la atención de poetas y críticos, quienes son los encargados de auspiciar sus escritos. En plena adolescencia, su arrojo para hacer encuestas en impresos de primera línea la convocan a una momentánea fama.
Romántica, modernista, heredera de la tradición mística española, nunca estridente, a pesar de sus amigos y sus vínculos con ellos, será una poeta de singular voz, que sus colegas admiran de lejos, puesto que rara vez la nombran. Así, entre tanta distracción y olvido, rescatarla no es solo rescatarla a ella, sino a una voz poética mexicana que no conocíamos, y al mismo tiempo incluirla en un canon latinoamericano femenino, feminista, que se soslaya a menudo.
Sus contradicciones entre catolicismo, comunismo, escéptica (todo artista lo es) y otros calificativos como santa o mística, según se han obstinado en nombrarla, solo oscurece su poética e impide ver cómo sí vieron algunas de sus colegas, pensar en Rosario Castellanos a quien nunca se le pasó la exploración de sus hermanas creadoras, que se trataba de la primera poeta que plantaba su estandarte femenino en las aguas tumultuosas del machismo mexicano.
En verdad, siguiendo sus pasos uno advierte consternada que sus poquitos años se saturaron de poesía desde la niñez y hasta su muerte. Como si escribir fuera su lengua, su patria y su sola compañía. Sin embargo, no estuvo tan sola ni tan lejana: Vivió en Estados Unidos de 1928 a 1933, militó en el partido comunista hasta 1937, y luego entró de lleno a hacerse católica al punto que decidió profesar en un convento, aspiración que no pudo concretar porque la vida monacal le resultó insoportable.
Íntima de Rosario Oyarzún, formó parte de un grupo juvenil y solidario conociendo así el espíritu alegre de los jóvenes y estudiantes. Y lo más curioso es que se interesó por el cine escribiendo guiones cuya autoría no se ha comprobado pero lo que sí sabemos a ciencia cierta es que el guión de Corazón de niño, basado en Corazón, de Edmundo D’Amicis, filme de 1939 dirigido por Ricardo Soler, es de su autoría.
Y finalmente lo que nadie subraya: su silencio, la proclamación de la soledad de sus amores, aquello que no puede nombrarse:
Amor, corriente escondida
que pechos adentro va,
como un manantial que está
alimentando mi vida;
en turbias aguas perdida
abreva el alma dolor:
si no te la cuento, Amor,
¿a quién contaré mi herida?
El amor de Rosario y Concha. El amor que en aquellos tiempos no podía decirse, no era ilícito, sino vergonzoso, al igual que los amores de Gabriela Mistral que solo después de muerta hubieron de ser públicos. A veces el encierro y el ejercicio místico solo esconden lo que no puede mostrarse al mundo: el amor que nos tuvimos.