Ha alcanzado ese momento milagroso en que la intérprete deja de ser una persona, para hacerse, sencillamente, una verdad. O sea que una de las tres o cuatro verdades posibles en el dominio del ballet clásico se nos manifestó, de modo inolvidable, a través del genio de la danza que anima a Alicia Alonso.
Alejo Carpentier
Mi madre me regaló el primer nombre en violín: Jascha Heifetz; el primer nombre en piano: Arturo Rubinstein; el primero en cello: Pablo Casals; el primer bailarín: Nijisnki; el primer arquetipo de actor sexy: Rodolfo Valentino; el primer gran escritor: Shakespeare y así hasta el infinito. Su educación artística a causa del violín y la danza era autodidacta, en las otras materias producto de su amor a la lectura. Ella no se daba cuenta que en mí se amontonaban los modelos masculinos haciéndolos poderosos e inalcanzables. Y un buen día, mientras trabajaba las cinco posiciones, pronunció Alicia Alonso. Mi mundo se iluminó. Una y otra vez hube de inquirirle sobre esa bailarina tan remota, aunque fuera de nuestra América, la latina. Así apareció la creación femenina en mi universo, junto con Greta Garbo, que se reducía a ser la Dama de las Camelias según mi entendimiento infantil.
Yo no soñaba con ser Greta, pero sí podía soñar con ser Alicia. El sentimiento de volar, viajar, andar fue siempre el de ella. Giselle, el ballet que la consagró podía alcanzar mis zapatillas de punta dura. El día que le dieron ese papel en reemplazo de la gran Alicia Markova tuvo que ensayarlo todo el día. Venía de tomar clases y sesiones de danza por la tarde. No pudo sacarse las zapatillas, tenía que seguir ensayando hasta aprenderse la coreografía a la perfección. Se estrenaba por la noche. Cuando concluyó la presentación y ya en su camarín alguien llegó deslumbrado, un maestro, un artista, un director de algo. Ella estaba a punto de quitarse la zapatilla, él se la arrebató con pasión, debía guardarla como memoria de la inolvidable versión que de Giselle había hecho Alicia. Con sorpresa ambos vieron la sangre que todavía se deslizaba por el talón. Sus pies ensangrentados no había sentido el menor indicio de alguna herida. Ella siempre bailó así: por encima de sus límites.
Nació en La Habana en 1920 y vivió casi 99 años. En la última entrevista que vi de ella todavía lanza un desafío: “Cualquier día me paro en el escenario y hago un numerito”. Así de rotundo su arte y su vida.
La danza la atrapó a los nueve años y de inmediato supo que eso era lo de ella: “Bailo con los ojos cerrados, sigo trabajando en algo que nació conmigo”. Estudia en su país y luego viaja a Nueva York, donde se prepara profesionalmente, y en 1938 entra a bailar en los musicales de Broadway. A su regreso a Cuba, crea el Ballet Alicia Alonso que pronto se volverá el Ballet de Cuba y luego el Ballet Nacional de Cuba, que recorre el mundo con ella por delante y su danza inigualable. Ya se ha casado con Fernando Alonso con el cual tiene una hija.
Es sumamente interesante para nosotras las mujeres cómo, una vez que se ha separado de él, renuncia a protegerlo. “Siempre dije que era mi maestro, mi guía, no es así”, cuenta. “Yo lo influencié a él, yo le enseñé”. Y agrega que si le adjudicaba ese rol era porque el hombre latinoamericano necesita estar en primer lugar. Así que ella se lo daba con tal que estuviera bien, que se sintiera importante. Mucho más tarde volvió a casarse, según ella, con mucha felicidad.
Sin embargo, muy joven en 1941, había sufrido un desprendimiento de retina. La operan y vuelve a lastimarse en 1943. Los médicos aconsejan que deje la danza. Ella se pone a bailar casi ciega. Sus partenaires la ayudan siendo lo más precisos posible en la evolución de los movimientos para que no sienta debilidad. Así se acostumbra a la memoria de la obra completa, al milímetro, a la exacta dimensión de cada paso en el espacio. Y pronto comprende que su ceguera amplía y acentúa su creación.
La más Giselle de todas, baila por última vez este ballet a sus 72 años completamente ciega. Ha vivido todas las vicisitudes y todas las alegrías. Ha conocido la Revolución Cubana en todo su esplendor, ha aportado su arte a la misma, ha hecho que se vean los logros artísticos de un país más justo. Por eso interpela cuando la entrevistan: “Estoy orgullosa de Cuba, orgullosa de mi país, de lo que hace, enseñanza gratuita en todas partes, un país como ese, tan chiquito, ¿usted no estaría orgulloso?”, pregunta, retadora.
Gracias a su tarea y a su arte, la Escuela Cubana de Ballet es célebre en todo el mundo. En ella la técnica es solo un medio para, dejando de lado la gimnasia, expresar una idea dramática con una sensibilidad estética que confirme al artista por el dominio de su lenguaje. Su ejemplo contiene la más rara especie de humanidad, esa que nos dice ser siempre más justos, más solidarios, más felices. “Si todos los hombres y mujeres del mundo pudieran darse la mano…” y se ilumina su rostro cuando lo sueña, cuando lo imagina.