Entre los recuerdos más difusos de Carina, se encuentra el ver a su abuelo guardar un paquete de cigarros sin filtro, una cantimplora y un itacate con seis tortillas, todo en su morral, el cual colocaba cuidadosamente entre el fuste, el cincho y el caballo, con la finalidad de poder tomarlos cuando el hambre apretara.
Con el paso del tiempo, su familia cambió la tortilla por pan de trigo y el caballo por el automóvil. Hoy en día, el legado del abuelo radica en unos locales en el mercado, bastante provechosos, ya que toda la familia vive de ellos. A pesar de eso, Carina añora lo que ella llama los buenos tiempos, aunque probablemente su abuelo no estaría tan de acuerdo con ella.
Corrían los últimos años del siglo XVII, los climas cambiantes fustigaron los campos con un año de sequía, en 1690, seguido de un año de lluvias torrenciales e inundaciones, en 1691, que culminaron con una pérdida de cosechas, escasez de alimentos y aumento en los precios de los pocos disponibles.
En la capital de la Nueva España, la ahora Ciudad de México, los distintos grupos sociales se manifestaron, ya que se desató una ola de robos y asaltos a viajeros en todos los caminos que conectaban a la capital. Dicha desestabilización trajo consigo una serie de rumores en torno a levantamientos armados por parte de indígenas y mestizos, lo que aumentó el grado de desconfianza.
En cuanto a la alimentación, uno de los recursos de mayor acceso, o menos caro, fue el maíz. Según relata Jorge Olvera Ramos, en su libro Los mercados de la Plaza Mayor de la Ciudad de México, la población en general adoptó la tortilla como un alimento básico, desde españoles, criollos y esclavos, pues para los mestizos e indígenas esta ya era parte de su dieta. Esto incrementó su demanda y las tortilleras necesitaron aumentar su compra de maíz.
Acto seguido, esto desató tumultos y hasta zafarranchos en la Alhóndiga, al grado que, el 8 de junio de 1692, un alguacil, por contener un bullicio, golpeó de sobremanera a una mujer, lo que desató la indignación de la población indígena. Este hecho llevó a los enardecidos a realizar protestas en la Plaza Mayor, que culminaría en el incendio de los mercados que ahí estaban establecidos. Con el paso del tiempo las llamas alcanzaron el Palacio Virreinal y demás oficinas.
Tras un enfrentamiento entre población indígena y las fuerzas virreinales, las medidas de control y seguridad se ampliaron, se endurecieron las divisiones de etnias y aumentó la vigilancia militar.
Este pasaje histórico tuvo un lado positivo, durante los primeros años del Virreinato de la Nueva España los objetivos rondaban en la eliminación de todo aquello que recordara el pasado prehispánico, empezando por los aspectos religiosos, culturales y, como parte de ello, su alimentación. En ese punto el maíz era un “enemigo a vencer”, pero gracias a este tipo de eventos, diversos alimentos no solo no fueron eliminados, sino que se incrustaron en la dieta de la nueva sociedad novohispana.