La búsqueda de la paz en el país ha sido y será en los años que vienen un desafío persistente, complejo, y como tal debe ser atendido bajo diferentes enfoques.
La desconfianza hacia las instituciones y el gobierno dificultan la movilización y colaboración efectiva de la sociedad civil y otros actores en la construcción de la paz.
Reconocer este fenómeno de ruptura de la sociedad con sus gobiernos debería ser el primer paso para poder dirigirnos hacia la paz tan anhelada, para sentar las bases para una construcción definitiva.
No se puede dejar de lado que México ha sido afectado por décadas de violencia relacionada con el crimen organizado, la desigualdad socioeconómica y la falta de acceso efectivo a la justicia.
La lucha por el control de territorios y rutas de narcotráfico ha llevado a enfrentamientos violentos y a la amenaza constante para las comunidades locales. La violencia resultante ha generado un ciclo de retaliación y venganza, dificultando los esfuerzos para construir una paz duradera.
Por ello, es indispensable facilitar espacios de diálogo en las comunidades, con líderes locales, organizaciones civiles, y que los tres órdenes de gobierno se alineen en una estrategia que sea efectiva para restaurar los vínculos de confianza entre vecinos y hacia las instituciones.
No podemos ni debemos renunciar a la esperanza de un futuro mejor, a motivar a los mexicanos, a rescatar nuestros valores, toda vez que algunos grupos de la delincuencia encuentran una base social en algunas comunidades que los encubre, se integra a ellos, aún cuando esto signifique atentar incluso contra sus vecinos, y esto ni puede ser, no podemos deshumanizarnos.
El Poder Judicial tiene mucho que aportar en este esfuerzo. El enjuiciamiento efectivo de delincuentes y actores violentos envía un mensaje claro de que la violencia y la delincuencia no serán toleradas. Esto puede disuadir a otros de participar en actividades ilegales.
Es necesario promover de manera efectiva la cultura de paz a través de la educación y la sensibilización, para cambiar las mentalidades y los comportamientos.
La construcción de la paz es un desafío urgente y lograrla no será de la noche a la mañana, por el contrario nos llevará tiempo hacerlo y es necesario que se tomen ya acciones que permitan ir hacia esa ruta.
Nuestra sociedad es muy compleja y el proceso para mejorar nuestro entorno y convivencia tendrá que ser con la participación y aportación de todas y todos. El problema, sin duda, es multifactorial: la desigualdad, la exclusión social, la falta de oportunidades y el acceso limitado a servicios básicos a menudo es una constante que aviva el ciclo de la violencia.
Se necesita un enfoque mucho más integral, un sólo hombre no puede tener la responsabilidad de transformar un entorno, por ello es insistir en que todos somos parte y la participación activa y la colaboración conjunta de la sociedad civil, las instituciones religiosas y gubernamentales, el sector privado y las ONGs, son fundamental para ir materializando los cambios que necesitamos.
Además, se requiere atender muchos frentes, la educación tiene un papel preponderante en la construcción de la paz, al fomentar la comprensión intercultural, promover el respeto entre los individuos y sus derechos humanos, aunado al fortalecimiento de las instituciones de justicia y la lucha contra la impunidad en favor de las víctimas.
Ayudemos a la promoción de los valores desde la institución familiar, desde ese núcleo donde todos somos parte, vayamos atendiendo y consolidando la cohesión social para dejarle a las próximas generaciones un futuro y una convivencia mejor de la que existe ahora.