Colaboro con una marca de suplementos alimenticios que entre algunas de sus funciones está la de ayudar a las personas a perder peso. Mi función ahí es la de brindar acompañamiento psicológico a quienes lo busquen, porque no todo lo referente a la alimentación tiene que ver con productos y cantidades, no se trata como ya lo he explicado en alguna otra colaboración en este mismo espacio de una cuestión netamente biológica, con una sencilla ecuación que se reduciría a: hambre-comida. Factores culturales y psicológicos son, sin duda alguna, determinantes en la mayoría de los así considerados trastornos alimenticios.
Bueno, resulta que entre las consultas que más les hacen a los asesores, es que, si pueden combinar o hasta en qué medida podrían hacerlo, los suplementos con los alimentos considerados como “chatarra” o altos en hidratos de carbono. Quieren mantener o bajar de peso, pero sin renunciar a sus hábitos alimenticios.
Los grupos de Alcohólicos Anónimos, que siguen el programa de los 12 pasos lo tienen muy claro, la mayoría de los que llegan a pedir ayuda no consideran que tengan problemas con su manera de beber. O sí, pero tal vez un poquito. En concordancia con esta idea quieren que el apoyo brindado les permita seguir tomando sin perder el control, convertirse en el mítico “bebedor social”, que puede llegar casi al límite, ser platicador, el alma de la fiesta, sin jamás cruzar esa línea que hace vulgar a lo sublime.
Por eso el primer paso para la prometida recuperación obliga a quien quiere seguir este método, a que repita como mantra que: "admitimos que éramos impotentes ante el alcohol, que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables". Con eso le dicen a la persona que se reconoce como alcohólica, que no tiene un “problemita”, que en realidad no puede gobernar su vida, y ese es el punto neurálgico, ser impotente ante el alcohol es asunto secundario.
Existe la fantasía entre los neuróticos de que hay un personaje mítco que no sufre las restricciones impuestas por la cultura y que en gran medida son la fuente de sus malestares por existir.
Quiero decir con esto que el neurótico sueña despierto que se puede comer todos los bocadillos y refrescos que quiera sin sufrir las consecuencias de aumentar de peso o de padecer enfermedades. Que pueden beber y drogarse, sin volverse adictos. Que pueden tomar las cosas que no son suyas de la oficina, construir en la vía pública o meterse en la fila, sin sentir remordimiento, ni siquiera buscar una justificación, porque “saben” que está bien hacer eso, que se lo merecen porque están en esta tierra para recibir abundancia.
Si este tan anhelado personaje existe sería un perverso. Una persona que no tiene problemas con los límites que la ley impone, porque como en canción de José Alfredo Jiménez, él es la ley, su palabra cada que la pronuncia se convierte en ordenanza.
Entonces parece que al neurótico le bastaría con ignorar las reglas impuestas y vivir bajo las propias, pero no es tan sencillo. Trasgredir esas fronteras le acarrea un gran costo, que la mayoría de las veces no puede pagar, con consecuencias que no tienen vuelta atrás. Por eso el alcoholismo no es una cuestión de cantidad en la ingesta de las bebidas embriagantes, sino de sufrimiento y su manera de aliviarlo.
Aunque el neurótico sueñe con hacer todas las cosas que el perverso realiza, se tiene que conformar con ser un pecador estándar y sufrir por ello y con ello.