Política

No de todo se puede hablar

  • Columna de Alberto Isaac Mendoza Torres
  • No de todo se puede hablar
  • Alberto Isaac Mendoza Torres

Así lo recuerdo. Era un sábado por la tarde en el verano de mi pubertad.

Los mayores estaban reunidos en torno a la de la casa de mi abuela y los primos zumbábamos alrededor, cuando de pronto reconocí la voz de mi padre, que a propósito del programa que veían contó una anécdota que por años me descolocó y me mantuvo ocupado tratando de encontrarle una explicación que calmara mi alma y mi razón.

Platicó que un joven viajó a Nueva York y a apenas al salir del aeropuerto vio los grandes edificios de la llamada “urbe de hierro” y enloqueció. Para el viajante, dijo mi padre, esos gigantes metálicos y vidriosos fueron tan abrumadores que materialmente se quedó en el viaje. Todos, eso suelo pensar, quedamos atónitos con su relato. Pero quizá la realidad es que solo a mi me impactó y los demás pasaron de largo.

Si la lógica se hubiera impuesto, cualquiera hubiera podido echar por tierra este cuento de una manera muy sencilla. Bastaba con preguntar quién en nombre del viajero pudo contar esta historia si el afectado, precisamente se salió de nuestro orden simbólico. O si alguien de los presentes hubiera viajado antes a esa ciudad habría podido decir que al salir del aeropuerto no hay esos grandes edificios y los rascacielos de los que hablaba están a 24 kilómetros de distancia, por lo tanto, no se podría dimensionar su magnitud.

La razón hubiera ganado.

Pero sin saberlo, ni mi padre ni yo, en ese momento él me estaba mostrando con ese mito lo que es la angustia.

Hoy la vulgarización de la psicología ha colocado a la ansiedad en la categoría conceptual de la angustia. Pero no hay punto de comparación. Ni siquiera creo que la ansiedad debe ser considerada una patología o motivo de consulta, pero eso es otro tema. Tampoco debemos ver a la angustia como un miedo exacerbado. Entra dentro de las tantas cosas indecibles que hay en la vida.

Cuentan que el fundador de la arqueología científica y de la historia del arte Johann JoachimWinckelmann al viajar por los Alpes, concretamente por el desfiladero de Schöllenenschlucht, se sintió “tras-tocado”, y bajó “horrorizado” las cortinas de su carruaje.

El filósofo italiano Ernesto Grassi tuvo una vivencia similar del encuentro con una realidad extraña durante su estancia en Chile y observó los Andes. Esto lo llevó a escribir en su libro Arte y Mito: “La naturaleza como realidad todavía no captada ni encasillada por el hombre se muestra inquietante.

¿Qué ocurre cuando ya no existe ningún proyecto humano que nos haga de mediador de la naturaleza? Entonces reina la más absoluta incomunicación. Ante nuestros ojos se deslizan formaciones oscilantes, intangibles y angustiantes.”

Justamente eso es la angustia. Ya no hay posibilidad de comunicar nada entre el exterior y el interior de quien la padece. No hay una realidad mediadora sobre la cual se pueda hablar.

No se puede decir, por ejemplo, los rascacielos son sorprendentes, o este pasaje rocoso es impresionante, o qué blanca es la cordillera. No hay palabras. Y las palabras son ese mediador del que habla Grassi.

Al no tener eso de lo cual asirnos es que la angustia ha establecido su reino.

Somos avasallados por lo Real. Un Real que hemos descubierto y que está más allá de nosotros, pero también está dentro de nosotros. Es lo que a la par de verlo nos está mirando, pero no solo a la cara, sino a las entrañas, a los lugares a donde ni nosotros mismos podemos entrar. Y se puede presentar en forma de edificio, de montaña, o simplemente como el espacio en el dormitorio de la casa.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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