Política

La invención de la enfermedad

  • Columna de Alberto Isaac Mendoza Torres
  • La invención de la enfermedad
  • Alberto Isaac Mendoza Torres

Hagamos un ejercicio de memoria.

Nos encontramos a finales de la década de los 70 u 80. A media noche un niño de dos o tres años tiene un llanto inconsolable. Como todavía no puede hablar bien, solo asienta a decir con medias palabras que le duele. Pero no sabe ubicar la zona en donde el dolor instauró su imperio.

La familia que, para el tiempo en el que estamos es más amplia porque incluye a los abuelos y tíos, se preocupa. No saben qué más darle, porque ya una lo paseó, otra le dio una mamila, ya el té de anís estrella, hasta la madre le volvió a dar pecho que se supone había dejado.

De pronto la mayor de las mujeres se pregunta en voz alta ¿no estará empachado? Una luz de esperanza cae sobre la familia. Más cuando recuerdan que la vecina de la esquina lo sabe “tronar”.

Después de horas de estar luchando para que el menor se calmara, al fin llega la curandera, con aire de sacerdotisa. Recuesta bocabajo a la criatura, le comienza a hacer el tacto en la espalda, concretamente en la zona dorsolumbar y hace un par de pellizcos hasta que logra un chasquido. Se escucha el respirar de alivio de toda la familia que está reunida en torno al bebé colocado en posición sacrificial.

El doliente pasa del llanto inconsolable a un tren de fuertes suspiros entrecortados. Primera señal de que el alivio está por completarse.

La curandera, o como diría el poeta chileno Raúl Rivera “la curiosa”, completa el tratamiento con un ungüento en la barriga a base de manteca o lodo. Le recetará ayuno y alimentarse únicamente con infusiones de manzanilla, menta y toronjil, juntas o separadas, todas o solo una, dependiendo de lo que haya en casa.

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El origen del empacho es múltiple, pueden ocasionarlo los alimentos fríos, los mal cocidos, tragarse chicles, tierra, papel, si la fórmula láctea no está bien disuelta o si se vuelve a dar leche en una mamila previamente usada sin lavar, y desde luego también lo ocasionan los excesos al comer.

Los más susceptibles de contraer un empacho son los infantes, pero no era raro que los adultos, sobre todo los más jóvenes tuvieran estos problemas. La cura incluye además de lo descrito anteriormente, azarcón que es un derivado del plomo, purgas, conjuros, ensalmos y oraciones.

Como toda enfermedad también tiene indicaciones para evitar contraerla. En algunos países como Argentina o Chile se daba a los niños “azúcar de perro”, que no es otra cosa que excremento del animal. También se recomendaba que convivieran con los animales de la granja para que fortalecieran sus estómagos.

Esta “enfermedad”, había estado presente en Hispanoamérica desde el siglo 17 y aunque desde su aparición los médicos cuestionaron su autenticidad, no es sino hasta la actualidad que muy pocos todavía creen en su poder simbólico y ya casi nadie sabe “tronar” el empacho.

Cada época tiene sus enfermedades y sus curas.

Cuando no se encuentra la causa directa de un padecimiento el camino que queda es inventar la enfermedad y con ella las recetas.

Ésta es la carretera que tomó el TDAH. Una manera de estar en la infancia que incluye ensoñación, ganas de jugar, intolerancia al no; se patologizó ante la demanda de los padres que no pudieron resolver su propia crisis de existir.

El mayor riesgo con el empacho es que se abusara del plomo para curarlo, pero sí se quitaba. Con el TDAH pasa lo contrario, hay menos recursos simbólicos para atenderlo y más abuso de drogas psiquiátricas para mantenerlo a raya, pero no para curarlo.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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