Freud dice que el psicoanálisis nació cuando una de sus pacientes le dijo: cállese, durante una sesión. Al mandarlo a callar estaba instaurando la que es la regla de oro en el psicoanálisis dejar que el paciente y su síntoma hablen.
Esta paciente, una histérica, de nombre Ana O. llamó a la técnica psi que empezaba a estructurarse como la “cura por la palabra”. Con sus 21 años a cuestas experimentaba episodios de ceguera, parálisis de las extremidades del lado derecho y hasta un embarazo imaginario.
Sentada (o acostada) en el consultorio de Sigmund Freud, Bertha Pappenheim como se llamaba en realidad, ocupaba su tiempo en contar historias, sus historias, a veces en inglés, a veces en italiano, otras tantas en francés y en alemán. Al inicio solo eran palabras que no parecían tener conexión, luego ya era una composición que develaba a la perfección la estructura de sus síntomas. A esta técnica en la que narraba sus reminiscencias, también la llamó “limpieza de chimenea”.
Ambas, la “cura por la palabra” y la “limpieza de chimenea”, conforman el método catártico que dan origen a la técnica psicoanalítica y sostienen la mayoría, sino es que todas las psicoterapias.
El método catártico a menudo es confundido con una confesión de culpas como en el método confesional. O también se cree que las dolencias de las personas van a desaparecer por arte de magia en el momento en que digan aquello que les incordia. Y lo más grave es la corriente de repetición de ideas sostenidas bajo la premisa de que no hablar de algo provocará enfermedades en el cuerpo tan graves como el cáncer.
También hay confusión cuando se abusa de la frase de Freud de que “la ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas”. Entonces se piensa en el terapeuta como alguien obligado a dar unas palabras de aliento al paciente. Tal como sucede en el pasaje bíblico que narra cuando un centurión le pidió a Jesús que cure a su sirviente paralítico, pero por considerar que su casa es indigna, le dice que no entre que unas palabras suyas bastarán para sanarlo.
No, el psi(cologo-quiatra-coanalista) no debería ser una fuente de ensalmos para sanar almas atormentadas por la vida cotidiana. Su función, nuestra función, es entre otras, pero principalmente, hacer que el paciente pueda hablar.
Dejar que el paciente hable no es cosa menor, sobre todo cuando el modelo que impera en la atención de lo que llamamos sistema de salud, obliga a que el especialista hable a través del saber que supuestamente adquirió en su formación universitaria. Y claro que muchos especialistas se mueren por mostrar en consulta que fueron los mejores en clase. ¿O conocen médico que se abstenga de dar toda una explicación fisiológica sobre el escurrimiento nasal en el resfriado?
Por eso cuando alguna amistad me comenta que su psicólogo le ha dicho que tiene que hacer tal o cual cosa, o que por esta razón está así y no asá, quisiera decirle ahí no es, pero me muerdo la lengua. Y es que, si uno habla como terapeuta, debería hacerlo exclusivamente con las palabras del paciente, ni una más ni una menos. Porque parafraseando a Lacan, uno no habla, es hablado, por el paciente.
En la medida en la que los pacientes hablan se pueden escuchar e ir construyendo sus propias (mejores) historias, como le pasó a Ana O. Cada que recibo a un paciente en consulta, estoy recibiendo a Ana, quien me dice que mejor me calle y la deje hablar.