Cultura

¡Fiesta!

Había gente gritando dentro de aquel departamento.

Tercer piso, edificio F de los multifamiliares. Son casi las tres de la madrugada.

Las luces de los depas contiguos se encienden casi al mismo tiempo. Algunos inquilinos abren cautelosamente sus puertas y ventanas, y se asoman. Los perros ladran histéricos, nerviosos. Loros y pájaros enjaulados también se alteran y comienzan a pegar de alaridos. El guardia de seguridad, enclenque, viejo y casi siempre bebido, dormita en su caseta y no se entera. Los gritos siguen. De pronto una ventana se hace añicos. Alguien en el edificio de enfrente dice que vio sangre, pero estaba oscuro y no está seguro. Ladran más perros, hay gatos brincando como sombras siniestras. La luz de las farolas titila.

En los multifamiliares casi nadie se conoce; se miran, saludan con cortesía, a veces preguntan a otros quiénes son esos de allí, quiénes son los de más allá, pero nadie convive realmente. Aquí hay gente de todas partes, edades y condiciones. Aquí a nadie le importa lo que ocurra a su alrededor siempre y cuando los dejen dormir y no se metan con ellos.

Siguen los gritos. Hay golpes, objetos rompiéndose, pasos contundentes, llantos. Pero, ¿qué es esto? Una fiesta que terminó mal, un extraño culto desarrollándose de manera insospechada, un simple y cotidiano acto de violencia intrafamiliar, o, ¿por qué no? Alguien mira una en la televisión y a todo volumen una película agitada. Por lo pronto no sabemos. Y eso porque nadie se aventura a salir de su depa y acercarse a averiguar qué carajo está pasando. Prefieren esperar a la mañana cuando de seguro alguien ya se enteró de todo y pasó la voz, y cada vecino contará su propia versión de lo ocurrido. Y después, con todas esas interpretaciones –algunas de ellas disímiles e incluso contradictorias– se confeccionará una historia, cierta en algunos aspectos, inventada en muchos otros. Esa historia es la manera en que nos vemos a nosotros mismos y así expresamos nuestra particular manera de percibir la realidad.

Pero, ¿qué ocurrió realmente en ese departamento del tercer piso del edificio F de los multifamiliares? Pues sí: fue una fiesta de gente rara. Se drogaron, pusieron videos gore y música heavy, perdieron el control y comenzaron a matarse entre ellos. Sangre, cuerpos, gente dormida y golpeada en la sala que no recuerda nada, un cadáver en la bañera, otro cuerpo, asfixiado, envuelto en la cortina del baño, un tipo colgando de la ventana, eviscerado, una señorita con el rostro totalmente quemado, un pene cercenado en la cocina y dos gemelos pelirrojos ocultos en la despensa, abrazados y muertos de miedo. Policía, Servicio Médico Forense, Ministerio Público y prensa. Familiares y amigos de las víctimas, detrás del acordonamiento policial, inquietos, angustiados, esperando noticias. Un helicóptero dando vueltas, percutiendo brutalmente la atmósfera, sirenas, gente apretujándose para ver la escena del crimen, los vecinos, asomándose con precaución, con puertas y ventanas apenas abiertas. Se sacan fotos y muestras. Todos hablan entre sí, apuntan aquí y allá, hacen gestos y ademanes. Ya retiran los cuerpos, bajan en camillas, empacados en bolsas de plástico con zíper. Sollozos, gemidos, balbuceo. Limpian todo. Intentan entrevistar a los vecinos –nadie vio nada, nadie sabe nada–, desalojan a los mirones, se acabó, regresen a casa.

Al día siguiente, el hervidero neurótico y convulso de la nota roja.

El departamento del tercer piso del edificio F está clausurado. Nadie puede entrar. Así va a estar mucho tiempo. Los vecinos no pueden contener la curiosidad y se asoman por un huequito que hay en la ventana: no se ve nada realmente, pero como quiera hay que asomarse.

La vida en los multifamiliares continúa, con sus silencios, exabruptos, sus hechos bizarros, fiestas tremebundas, claroscuros siniestros y aburrimiento mortal.

El guardia de seguridad, viejo, cansado y borracho, despertó y nunca se enteró. Siguió bebiendo.

Tal vez ya vio todo lo que tenía que ver.


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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
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