¿Cómo es que Lady Gaga transmutó de santa de la diversidad sexual mexicana a enemiga de nuestras costumbres? En especial dentro del colectivo gay mexicano.
Hace un par de semanas leí sobre esas ruinas llamadas redes sociales que intentaban cancelar a Lady Gaga por haber profanado la espiritualidad de La Isla de las Muñecas, en Xochimilco, Ciudad de México, al filmar el video para su sencillo “Dead dance”, bajo la dirección de Tim Burton.
Mi primera reacción fue tocarme las canas de la barba. De pronto mi cerebro empezó a reproducir el olor de la naftalina porque la idea de la cancelación sonaba empolvada, como un movimiento cultural del pasado que se explica en los libros de texto, como el nu-metal.
El motor detrás de quienes apoyaban la postcancelación argumentaba que Gaga maltrataba a las muñecas a las que evaluaban como piezas arqueológicas y en aras de la producción hacía lo que llaman apropiación cultural de la famosa isla en un Xochimilco de por sí hostigado por la gentrificación y el turismo salvaje. Lo cierto es que las muñecas son más bien antigüedades, la isla es una atracción de propiedad privada que ha sabido explotar el turismo de misterio y el video de Tim Burton parece como si las chicas góticas de Switchblade Symphony se hubieran convertido en una suerte de cristianismo vegano.
Contra todo pronóstico y prejuicio, la canción por sí sola me gustó bastante. “Dead dance” suena atemporal, por lo mismo, satisface con el mismo consuelo que produce escuchar una canción del pasado que nos pone de buenas. No tiene ese pico de melodrama sobreactuado de sus primeros éxitos y que tanto impactó a las audiencias de aquellos años, aún perturbadas por la muerte de Michael Jackson y una Madonna que, a pesar de su infinita sabiduría, empezaba a perder el rumbo con discos prescindibles y planos.
Con su arribo, Lady Gaga parecía llenar un hueco en el universo de la música espectacular, imponiendo himnos, ritos y estandartes. El plan estaba diseñado para que Britney Spears o Christina Aguilera fueran posicionándose como las herederas de Madonna, pero en aquellos primeros dosmiles no había mucho de qué escandalizarse. Ya nos habíamos acostumbrado a la diversidad sexual como resorte mainstream en series como “Will & Grace”, “Queer as Folk” o “The L Word”. La gente parecía reponerse de la cruda del nuevo milenio. Christina Aguilera quiso causar revuelo con su sencillo “Beautiful”, pero el resultado fue un lavado de autoestima cursi. Quizás el famoso beso lésbico entre Madonna, Spears y Aguilera en los MTV Video Music Awards de 2003 prendió fuego a la polémica, pero se apagó pronto.
Mi relación con Lady Gaga siempre fue de desconfianza. Desde “Poker face” levanté la ceja ante su discurso de rebeldía pop frente a un sistema heterosexual. Sus discursos de inclusión y tolerancia sonaban a jingles subliminales. La publicidad amaba eso. Eran tiempos en los que la inclusión y la tolerancia vendían como hot dogs afuera de cualquier club nocturno. Se creía que las familias pegarían el grito en el cielo, pero cuando mi madre y yo llevamos a mi hermanito a uno de los conciertos que Gaga dio en la Ciudad de México, aquello era una marea de familias con niños ansiosos de ver a su ídola.
Lady Gaga fue llamativamente inofensiva.
Lo suyo es un conjunto de todas esas fórmulas aparatosas, comprobadas y redituables llevadas a la hipérbole y la nostalgia tardía, hauntología, como diría Mark Fisher. Su supuesta innovación son las estrategias infladas con esteroides: el vestuario como escultura móvil y escandalosa (cosa que ya lo había hecho David Bowie, Grace Jones, Astrid Hadad o Andrea Echeverri), los duetos con otras estrellas pop, sus ingenuos desafíos a la iglesia católica o las colaboraciones con Jeff Koons, Marina Abramovic o Tim Burton que surgieron y se dan en momentos de pleno estado de comodidad. Y como diría Susan Sontag, la comodidad es el peor enemigo de la lucha y el conocimiento.
Hoy es distinto.
El conservadurismo en buena parte del planeta no solo avanza y se apodera. Se radicaliza. Inclusión y tolerancia son palabras que corren el peligro de ser entendidas como falsas. Poco a poco la publicidad se aleja de nosotros, dejándonos en el mismo punto de finales de los noventa, poco antes de que la mercadotecnia descubriera el dinero rosa.
Es en medio de esta marea conservadora que Lady Gaga lanza un video dirigido por Tim Burton en el que, fuera de la polémica de Xochimilco, es de los menos atrevidos de su carrera. Quizás es el momento en el que Gaga salga a enfrentarse al sistema heterosexual y sus valores familiares, envuelta en un vestido de bistecs crudos, defendiendo a minorías sexuales e inmigrantes con el mismo incendio del pasado, cuando el sistema estaba de su lado.
Cierto es que a principios de este 2025, Gaga declaró rezar por la juventud LGBTQ+, especialmente los más jóvenes. Pero fuera de eso no se ha pronunciado mucho, excepto por las fotos donde sostiene pancartas y carteles políticos, pero es difícil saber si son sacadas de la realidad o producto de la inteligencia artificial.