Política

La amenaza libertaria

El presidente electo de Argentina tras triunfar en los comicios. EFE
El presidente electo de Argentinatras triunfar en los comicios. EFE

Apenas se había anunciado al ganador de la elección presidencial del domingo 19 en Argentina y en la conversación pública de México ya cundían tanto celebraciones como lamentos. El triunfo de Javier Milei trajo a algunos sectores conservadores la esperanza de derrotar la nueva marea de gobiernos izquierdistas de América Latina, mientras que para el ala progresista significó la amenaza de que el terreno que va ganando la ultraderecha llegue a abarcar a México. 

La angustia de que una persona como Milei gane arrastre en un país como el nuestro es entendible por muchas razones, e incluso encomiable. Refleja la valoración de la justicia social por parte de una mayoría de la sociedad, que ve en las plataformas libertarias un atropello a sus derechos. Para este sector, políticas como la desregulación de la portación de armas o la prohibición del aborto son ideas atroces que hay que frenar mucho antes de que tomen fuerza. Después de cinco años de instauración de nuestro incipiente Estado de bienestar, estos sectores saben que la llegada de un libertario al gobierno en México, por remota que parezca, es una posibilidad en la que la sociedad lleva mucho que perder.

Sin embargo, a veces la sana preocupación se convierte en alarma, y no ha faltado quien ve la amenaza de un Milei como una realidad perentoria que nos acecha a la vuelta de la esquina, casi como si el pendular de los gobiernos de izquierda a los gobiernos de ultraderecha fuera un destino ineludible. Pero hay que reconocer la pertinencia de la pregunta que subyace a esta preocupación, por exagerada que parezca: ¿qué tiene que pasar en un país para que a un gobierno de izquierda lo suceda su opuesto más extremo? Y, de manera más importante: ¿qué es lo que hay que hacer o dejar de hacer para evitar que en México suceda algo parecido? 

Desde luego, no tengo las respuestas a estas preguntas, pero creo que se pueden construir colectivamente las respuestas atendiendo, además de los factores sociohistóricos y económicos —que son el área de experiencia de otros analistas—, a ciertos rasgos discursivos. Hay dos elementos en el discurso de Milei y sus seguidores en los que vale la pena detenernos, porque, si bien no determinaron su triunfo, sí parecen resquicios por donde se filtran gradualmente las creencias que otorgan un barniz de racionalidad a propuestas políticas que atentan contra los derechos de los propios votantes. 

Uno de estos elementos es el desprecio por la política tradicional y los profesionales de este oficio. Para ellos, Milei ha vigorizado el uso del término “casta”: “La casta se compone de los políticos ladrones, los que hacen cosas en contra de la gente. Los tenés todos con vos, son los kirchneristas”, le dijo Milei en un debate al candidato del oficialismo, Sergio Massa. En otra ocasión ha definido “la casta” como “aquellos que están en la política pero son inmorales”. A esa clase política la identifica como ladrona (“chorra”), parasitaria e inútil. La desconfianza —con razón o sin ella— en los políticos tradicionales, especialmente los peronistas que llevan el gobierno actual, ha permitido que Milei explote su papel de outsider: alguien que es reconocidamente inexperto en la práctica de gobernar pero por ello también ajeno a todos los vicios que conlleva.

En México, el descontento con el sistema de partidos no fue capitalizado por una figura “ciudadana” externa a la política, sino por un movimiento social liderado por un político de tablas: Andrés Manuel López Obrador. Tanto el movimiento como su líder y su brazo electoral, Morena, encauzaron la inconformidad social en una movilización política permanente. La llamada cuarta transformación ha dado resultados económicos palpables, mantenido la inflación por debajo de dos dígitos y sacado a cinco millones de personas de la pobreza, pero además de eso, los ejercicios de democracia participativa —desde la consulta popular hasta la encuesta de selección de candidatos— le han ofrecido a la sociedad una válvula de escape que le ha evitado caer en la desesperación de quienes se saben ignorados por sus gobernantes o sus líderes partidistas.

El otro aspecto discursivo al que me quiero referir es el de la animadversión entre sectores sociales, propiciada por discursos echaleganistas y meritocráticos que atraen a ciertos sectores autonombrados “clase media” que son en realidad clase trabajadora. Hernán Gómez Bruera entrevistó en Buenos Aires, unos días antes de la elección, a algunos votantes de a pie. El testimonio de una de ellas es desconcertante. Después de decirle que, si Milei es un loco, prefiere “un loco por conocer que un ladrón conocido”, le explica por qué la clase trabajadora votaría por él: “lo que estamos cansados nosotros es de ver planeros, los que cobran, viven del Estado” (los que reciben planes sociales). “Yo tengo una señora conocida de mi casa que cobra por siete hijos dos tarjetas alimentarias, el marido cobra por tres hijos la asignación familiar, cobra un plan y cobra por piquetero”. —¿Y cuál es el problema de cobrar planes? pregunta Gómez —Que no trabajan, le sacan al trabajador los impuestos, todo. 

El voto de castigo que ejercieron votantes como la entrevistada no es solo contra el que consideran un mal gobierno, sino contra miembros de su propia sociedad a quienes conciben como parasitarios y abusivos, y que viven, en su imagen, de los impuestos de trabajadores como ella. Y esa rivalidad entre sectores sociales solo puede ser motivada por un discurso clasista que predica que los apoyos sociales son “dádivas”que la gente pobre no merece, como si el Estado solo pudiera gastar en unos y no en todos. En México, gracias a la universalización de los programas sociales y su elevación a rango constitucional, esta ideología no ha permeado profundo, aunque intentos no faltan. El discurso que trata de dividir la sociedad entre una parte que trabaja y paga impuestos y otra conformada por “huevones y pendejos”, a decir de la abanderada del Frente Amplio por México, tan no ha sido bien recibido que quien lo arenga apenas araña los 14 puntos de preferencia en las encuestas rumbo a la elección presidencial. De cualquier manera, es un foco rojo ante el que hay que estar atentos.


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Violeta Vázquez-Rojas
  • Violeta Vázquez-Rojas
  • Lingüista egresada de la ENAH, con doctorado por la Universidad de Nueva York. Profesora-Investigadora, columnista y analista, con interés en las lenguas de México, las ideologías, los discursos y la política.
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