El próximo 1 de octubre no será un día de celebración en Tamaulipas, sino de solemne recuerdo. Recordamos una fecha en que una tragedia dejó una herida abierta, que late en la memoria de los tamaulipecos y que aún no sana.
El derrumbe ocurrido el 1 de octubre de 2023, a las 14:18 horas, durante una ceremonia de bautizos en la parroquia de la Santa Cruz, de Ciudad Madero, ocasionó la muerte de 11 personas, incluyendo niños, y dejó más de 69 lesionados.
Es un luto que va más allá de las familias afectadas; es el dolor de una comunidad que sigue esperando consuelo y certeza, donde la justicia prometida no ha llegado y la impunidad aún pesa sobre la conciencia colectiva.
Resulta una ironía del calendario que sea este mismo día en que el gobernador morenista de Tamaulipas, Américo Villarreal Anaya rinda cuentas sobre el balance de su administración. El balance político choca con el dolor social. La celebración institucional se confronta con la memoria de la falla y la promesa incompleta.
Este luto, que sigue pesando sobre Ciudad Madero y en la entidad, se vive en los extremos más crudos del alma humana. Están aquellos que aún se preguntan, con dolor y extrañeza, por qué esa persona que apenas visitaba el templo tuvo que asistir justo ese día a una ceremonia familiar y perder la vida.
Una búsqueda infinita de lógica en el capricho del destino.
Pero también están quienes, después de perder a su familia, han optado por reconstruir su entorno y formar un nueva historia de vida; un acto de resistencia que nos recuerda que, a pesar de la falla humana y estructural, la vida, con su nobleza, siempre encuentra la manera de seguir adelante.
La herida se mantiene abierta, no solo por la pérdida, sino por la falta de certezas. Extraoficialmente se sabe en la esfera judicial la existencia de un dictamen sobre el colapso; un documento únicamente accesible para las autoridades y el círculo más íntimo de las familias que perdieron un ser querido.
A dos años de los lamentables acontecimientos nada ha pasado para evitar de manera general la opacidad, alimentando la percepción de que el Estado prefiere ocultar antes que esclarecer los hechos.
Seguramente el sentir de todos es tratar de olvidar la tragedía, pero al mismo tiempo se espera el momento de la verdad y de la aplicación de la justicia por el bien de la comunidad.