Por lo menos una vez cada cuanto, uno debe sacudir el árbol. ¿Imagínense cuántas cosas caerían? Pues la naturaleza lo puede hacer por sí sola, pero si le damos una ayudadita, ¿podría ser en beneficio del mismo árbol o de la misma empresa?
Pues un gigante vino a sacudir el árbol, no le costó trabajo, porque era muy fuerte y alto; para él era solo un manojo de ramas, aunque realmente para nosotros los humanos normales era un árbol muy frondoso.
De inmediato en la primera sacudida cayeron las personas que están “mal y deficientes en su desempeño”, las que no son productivas, asemejan las hojas secas; posteriormente cayeron los que están en “edad de jubilación”, estos son los que se parecen a los frutos muy maduros.
De inmediato en la tercera sacudida cayeron los “corruptos,” que creen que se pierden entre los frutos buenos pero no es así, pues le chupan la savia a su árbol, ellos mismos se van pudriendo, y todo mundo lo sabe.
Luego cayeron desde arriba los frutos que “no desarrollaron”, que son flaquitos, los que no hacen ni van a hacer nada. Ah, y también cayeron a la tierra los que “hacen mucho”, por ser tan productivos que se volvieron ineficientes, son los frutos gorditos que el pobre árbol ya no puede sostener.
“Otros que definitivamente no hacen nada” y que representan incluso un estorbo para cualquier estructura organizacional, fueron soplados por un viento débil y cayeron estrepitosamente; vaya, ni sacudida necesitaron.
Quedaron en el árbol una diversidad de frutos: maduros, en crecimiento, y adultos, que dan un equilibrio justo a la naturaleza.
Entre la experiencia, el conocimiento y la energía o vigor que traen los jóvenes, las estructuras y las ramas se ven mas balanceadas, y no cargadas, apoyando al árbol a que pueda sostenerlas.
En definitiva, después de estas sacudidas, el árbol será más productivo y la naturaleza se encargará de que se den frutos de calidad. _
