Así sea que a millones de compatriotas patrioteros no les guste, Estados Unidos Mexicanos no juega en el vecindario de los entrañables hermanos de Nicaragua, Venezuela, República Dominicana, Colombia o Paraguay, entre otras de las naciones conquistadas por el invasor castellano, sino que su querencia natural es un país con el que compartimos una gran frontera, tan potente y encumbrado que los vencedores de nuestra cruenta guerra civil —o sea, los señores revolucionarios que estaban al mando en 1917— no tuvieron mejor idea que rebautizar a doña República Mexicana endosándole, en plan descaradamente copión, lo de Estados Unidos, igualito que los United States (of America) pero en lengua vernácula, háganme ustedes el favor.
El denostado, vilipendiado, estigmatizado y maldecido Felipe Calderón, en sus tiempos de presidente de la República, les presentó a los augustos senadores de la Cámara Menos Baja de nuestro supremo Congreso bicameral una estupenda propuesta: la de renombrar esta tierra y ponerle simplemente ‘México’, argumentando, con toda razón, que nuestra nación “no necesita un nombre que emule a otro país”. Pero, en aquel momento, los egregios representantes del pueblo bueno, muchos de ellos declarados opositores (no como ahora, que marchan al paso que les marca el Ejecutivo), ignoraron olímpicamente tan dignificante iniciativa, de manera que nos seguimos llamando ‘Estados Unidos’.
Pero, más allá de tan embarazosas evidencias, el tema es que el nacionalismo bravucón y pendenciero que corre por las venas de tantos y tantos estadounimexicanos —si me permiten el uso del gentilicio que he acuñado y que tan recurrentemente aparece en estas líneas— está brotando, en estos momentos, de manera todavía más virulenta, aguijoneado por la nefaria persecución que sobrellevan nuestros paisanos en las comarcas sojuzgadas por Donald Trump.
La cancelación de la visa estadounidense de una mandataria estatal propensa a las malas compañías viene siendo un mal realmente menor, con todo y que una de sus correligionarias morenistas, consejera estatal del partido oficial en el estado libre y soberano de Jalisco, haya decidido que la ordinariez era la mejor forma de responder al llamado de la cofradía: “Viva la raza y métanse mi visa por el culo”, proclamó en la red social X, junto con imágenes de la bandera mexicana ondeando en el escenario de los destrozos ocurridos en Los Ángeles. Le respondió, con clase y altura, el mismísimo vicesecretario de Estado de los USA, Christopher Landau: “Yo ahí no puedo meter tu visa, pero sí te puedo informar que personalmente di la orden de cancelarla después de ver este vulgar posteo […] me contestaron que ni siquiera tienes visa válida”.
Hizo algo de ruido, aquí, el episodio. Lo verdaderamente estruendoso, sin embargo, es la crueldad de las políticas que ha implementado Trump en contra de los mexicanos. Seguiré con la cuestión de nuestra discutida pertenencia geográfica en el próximo artículo.