Cultura

Sobre el estilo

“Al carajo con la verdad”, decía el viejo Charles Bukowski. “El estilo es más importante: cómo hacer cada cosita una por una”. Podemos definir el estilo como el conjunto de rasgos peculiares que caracterizan a un artista, una obra o un periodo artístico y le confieren una personalidad propia y reconocible. Puede hablarse de un estilo en la arquitectura, en la pintura, en la música e incluso de los diferentes estilos que tienen las personas para vestirse o para ejecutar una actividad, como los actores, los carpinteros o los deportistas. Un actor podrá distinguirse por un estilo sobrio o exagerado cuando actúa y una deportista por su precisión, su destreza o su velocidad cuando nada o juega rugby.

Estilo se refería originalmente a la manera de escribir propia de un escritor, sea cual fuere el género en el que se desenvolviera. En las obras literarias el estilo es inseparable de la riqueza, la precisión y la pertinencia del léxico; asimismo, hace referencia a la estructura de las oraciones, al ritmo del lenguaje y a los giros idiomáticos. Hay, por ejemplo, estilos parcos o lacónicos, concisos, en los cuales se elimina la mayor cantidad de nexos y hasta de conectores lingüísticos; otros estilos son rígidos o hieráticos —solemnes, inexpresivos—, más vinculados a estructuras anacrónicas y poco espontáneos, y los hay más vivos, generosos, humorísticos y hasta elegantes; hay estilos contemporáneos que exploran las numerosas posibilidades de los diferentes ámbitos del lenguaje actual, siempre en constante cambio y renovación.

Cada género demanda un tratamiento particular, porque no es conveniente emplear el mismo estilo en una carta que en un texto didáctico o periodístico, en uno de carácter amoroso o en un informe científico o académico. Aristóteles clasificó el estilo en sencillo, templado y sublime, y cada uno de ellos tiene el tono que le imprimirán los pensamientos o sentimientos y la manera en la que éstos se expresarán.

Se dice que un autor posee un estilo individual cuando en su obra predominan las características que éste le confiere de manera consciente: es su personalidad literaria, un reflejo de su formación, de su bagaje cultural y de sus capacidades expresivas —no puedo dejar de anotar que me sorprende que muchos escritores no saben usar las comas...

En el llamado estilo de época tiene más importancia lo supraindividual —lo que está por encima del individuo—, lo que podemos llamar el espíritu de los tiempos, como sucedió en el Siglo de Oro español, en el romanticismo francés y alemán o durante la eclosión del boom hispanoamericano en la década de los sesenta del siglo pasado. Por eso, en literatura no puede hablarse de un estilo fijo y rígido para siempre y para todos los géneros; los estilos literarios varían con la época y deben ser flexibles y adaptables al tema.

La palabra estilo, por cierto, proviene del nombre latino del punzón —una fina barra metálica plana por un extremo y puntiaguda por el otro— que se usaba en la Antigüedad para escribir sobre tablas enceradas recubiertas de lino: stilus, que en español es lo que hoy llamamos estilete —y de ahí viene estilográfica, un vocablo del inglés stylographic, de stilus y el griego gráphein, escribir.

En suma, en la actualidad el estilo es el conjunto de procedimientos con que el escritor se apropia, con fines expresivos, de los recursos que le ofrece la lengua: es un acto selectivo sobre el material lingüístico, con el propósito de obtener determinados efectos, y el conjunto de rasgos comunes —o “espíritu colectivo”— de la literatura de cada época, al mismo tiempo que de su pensamiento, arte, política, economía y ciencia.

Podemos enlistar las cualidades de un buen estilo:

Claridad: una expresión al alcance de un individuo de cultura media. Esta cualidad exige un pensamiento nítido y conceptos bien explicados, además de una exposición limpia, con una sintaxis correcta y vocabulario accesible para la mayoría: ni preciosista ni excesivamente técnico —a menos que el tema así lo requiera.

Concisión: para esto deben emplearse las palabras precisas para expresar lo que se desea. Cada línea, cada palabra y cada frase deben estar cargadas de sentido, de lo contrario se incurrirá en la vaguedad, la imprecisión o en el exceso de palabras. Hay que evitar la verborrea y las ideas secundarias que añaden poco o nada a la idea central o esencial.

Sencillez y naturalidad: huir de lo enrevesado y artificioso, de lo complicado. La sencillez es el distintivo de la verdad; escribir naturalmente, procurar que las palabras y las frases sean las propias, las que el tema exige.

La escritora rusa Nina Berberova establece en su libro Nabokov y su Lolita (Buenos Aires: La Compañía, 2008) un “sistema periódico de los elementos literarios”, comunes a las grandes novelas del siglo XX: la intuición de un mundo disociado; la apertura de las compuertas del subconsciente; el flujo ininterrumpido de la conciencia y la nueva poética surgida del simbolismo. Pero ése ya es otro tema.


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Rogelio Villarreal
  • Rogelio Villarreal
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