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Historias y peleas

  • Tren Misterioso
  • Historias y peleas
  • Roberto Carson

He visto a las mejores mentes de mi generación perderse en 240 caracteres. 

Recuerdo cuando hice el perfil de mi primera red social, Fotolog. 

En ese tiempo sólo hablaba con las mismas personas que veía cada fin de semana, todos nos conocíamos. Al mismo tiempo encontré las (des)ventajas del anonimato.

Por un tiempo, el sitio contó con un límite diario de interacciones con el que buscaban la venta de suscripciones, sin embargo, nunca conocí a alguien personalmente que hubiera pagado, pero sí recuerdo a unos cuantos proto influencers de la época. 

Hacían gestos curiosos y escribían mensajes en papeles pequeños.

También podías crear un correo falso para levantar una página apócrifa con el fin de nunca dar la cara. Los límites de la moralidad se rompen en los campos del enigma. Internet es salvaje cuando nadie sabe con quién habla.

El rango emocional con el que evoluciona nuestra interacción en redes sociales se mide en blanco y negro, bueno o malo. 

Nada más. 

Descubrí los alcances de las redes sociales fue durante la eliminación de México contra Argentina en el Mundial del 2006 cuando encontré perfiles porteños que se burlaban del equipo Tricolor con referencias burdas al Chavo del 8. 

Nunca me gustó Chespirito.

Busqué mi nombre en el buscador de Fotolog y di con publicaciones que alentaban seguir insultándome en mi propio perfil. 

Una pelea sin salir de casa. 

Todo acabó en paz con el tiempo y México siguió sin avanzar del cuarto partido, pero el odio nunca dejó de evolucionar en cada página.

Las principales redes sociales, Twitter y Facebook, están abiertas a cualquiera con un correo o número telefónico y funcionan en cualquier minuto del día. 

En ocasiones, la intención de generar odio y peleas nunca termina, la negatividad viaja en bits y códigos binarios. 

Sobrevive a través de rastros.

Posiblemente nuestro colectivo digital alentó un algoritmo que perpetua el odio y la polémica. 

La mayoría de los personajes más reconocidos en medios o política sobrevivió o provocó un escarnio digital embadurnado de odio. 

Después reapareció la palabra resiliencia justo cuando hubo una generación que primero aprendió a subir una foto a Facebook que a andar en bicicleta.


@robbcarsonn



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