Público y privado no son, contrariamente a lo que se piensa, entidades absolutas e incompatibles. Pero quien suele ver al mundo dividido en dos partes, en blanco y negro, sin tonos grises, en tono moralista, sobre el bien y el mal y otras concepciones maniqueas, no alcanza a entender las complejidades ni de los sistemas ni de la vida. Son esas personas las que dividen al mundo en amigos y enemigos, incondicionales o traidores.
En ese sentido, es normal y comprensible, por lo tanto, común, que los políticos en campaña ataquen a sus adversarios. Pero una vez que ganan las elecciones, lógicamente los elegidos llaman a la unidad, pues saben que sus adversarios existen, que quienes votaron en su contra no se han ido, pero que una comunidad requiere de esfuerzos conjuntos, por lo cual el gobernante tiene el deber de llamar a una paz o por lo menos a una tregua social, para trabajar en pro del bien común.
Los populismos, sin embargo, no funcionan así. En primer lugar, porque la lógica que los lleva generalmente al poder es la de una confrontación basada en una división absoluta del mundo; por un lado, el pueblo, casi-totalidad, que algunos dicen representar y, por el otro, las élites de todo tipo (económicas, políticas, intelectuales, científicas, artísticas), o lo que ellos califican como tal, mismas que son inmediatamente etiquetadas de la peor manera posible, según el contexto socio-político.
Por la misma razón, los populismos no duran, a menos que se apoderen de los aparatos electorales, legislativos, militares y de justicia, es decir, a menos que se conviertan en dictaduras autoritarias o totalitarias, disfrazadas siempre, eso sí, de democracias.
Quien veal mundo dividido en dos partesno alcanza a entender las comple-jidades de la vida
La negativa a vacunar a los médicos que trabajan en instituciones privadas es un claro acto de discriminación, basado en decisiones puramente ideológicas de este tipo. Se le olvida al Presidente (porque es obviamente una decisión suya) que cuando él no tenía todos los hospitales públicos a su servicio personal acudió a hospitales privados. Se le olvida que él sigue utilizando muchos servicios privados, como la escuela de su hijo, las líneas aéreas en que viaja, muchos restaurantes en los que le gusta comer, hoteles en los que se aloja, etc. Tiene además una relación de complicidad con grandes empresarios privados que se benefician de su amistad o cercanía.
Por lo tanto, convertir al sector privado en el enemigo número uno del pueblo o en ciudadanos de segunda categoría es, además de contrario al principio de igualdad, un acto esquizofrénico. El Presidente ha confundido las cosas. Fortalecer la educación pública o los hospitales públicos no debe significar discriminar o debilitar al sector de salud privado. Fortalecer las universidades públicas no debe significar debilitar las universidades privadas. Fortalecer la ciencia hecha por centros de investigación públicos, no debe significar debilitar a los centros de investigación privados.
Desafortunadamente el populismo vive, se recrea y se alimenta de la confrontación de dos mundos generados artificialmente. Pero López Obrador, convertido, como siempre, en su propio peor enemigo, no puede escapar a esa destructiva lógica.
Roberto Blancarte