Política

El verdadero oro de nuestro tiempo

El presidente de Estados Unidos gobierna a partir de las redes sociales, primero en Twitter y luego en Truth Social. Reuters
El presidente de Estados Unidos gobierna a partir de las redes sociales, primero en Twitter y luego en Truth Social. Reuters

La disputa por la atención del otro es tan antigua como la especie, sin embargo nunca había sido tan feroz y descarnada. La experimentan las parejas, las escuelas, los centros de trabajo, las amistades, las redes sociales, las plataformas y prácticamente cualquier otro sitio donde ocurra la interacción entre seres humanos.

Parafraseando a Herbert Spencer, la economista Kyla Scanlon asegura que la atención es un fundamento tan relevante para los mercados contemporáneos para crear riqueza como en el pasado lo fueron el capital, el trabajo, la tierra o la tecnología.

Quien llega a coleccionar la atención masiva de los otros puede obtener grandes fortunas. Luego, el valor de la atención se multiplica significativamente en la virtualidad, lo cual hace que ahí la pugna no conozca límites.

Si se cuenta con habilidad para conseguir la atención de las personas consumidoras de internet, se obtienen ingresos respetables, o como se dice comúnmente, se monetiza esa fuente de explotación.

Para acumular audiencias los mensajes necesitan moverse al ritmo de los polos que dominan entre el público. Lo mismo se exige a la actriz famosa de cine que al cantante de pop o al político que necesita votos para ganar poder: ya no se trata de contratar a un influencer para que capture, interprete y viralice los mensajes, sino de convertirse uno mismo en un influencer.

Hoy no es posible distinguir entre Donald Trump y las hermanas Kardashian o, guardadas las debidas proporciones, entre la cantante Ángela Aguilar y la alcaldesa Alessandra Rojo de la Vega. La relevancia, en cualquier ámbito virtual, pasa por la capacidad para acumular la atención del prójimo. Ese es el secreto de la riqueza y también del poder.

De ahí que los personajes que destacan en el pináculo empresarial (Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg) o en las altas esferas de la política (Donald Trump, Volodímir Zelenski o el papa León XIV) tengan como principal desafío atrapar la atención de grandes grupos humanos.

Todo está sujeto a la economía de la atención: las noticias, las decisiones burocráticas, las tendencias en la moda o las artes, los votos, los cargos, el éxito y también el fracaso social. En este contexto, no cabe aburrirse. Si no se sabe transmitir un mensaje que enganche –no importa que sea por las malas razones– la competencia estará perdida.

En realidad, dos son las piezas clave de la ecuación para capturar el interés concentrado: intencionalidad y alcance. Ezra Klein lo dijo muy bien esta semana en su pódcast promovido por el New York Times: el éxito de un personaje como Trump radica en que es la personificación de los temas que la gente trae en la cabeza. Tal cosa no lo vuelve un buen político, tampoco un líder racional, mucho menos un proveedor de políticas adecuadas, porque su único objetivo es crecer su influencia –su poder– a partir de la concentración prolongada de sus audiencias en las cosas que él dice y las barbaridades que hace.

La frase de Klein es lapidaria: “Trump es el algoritmo encarnado” .Si los temas de interés van por un lado, ahí les persigue el magnate para potenciarlos; pero si cambian los vientos, igual sucederá con los asuntos que le importan. 

Desde que se lanzó a la política, el magnate gobierna a partir de las redes sociales, primero en Twitter y luego en Truth Social –plataforma que es de su propiedad. No pasó desapercibido el reciente episodio del bombardeo estadunidense a las instalaciones nucleares de Irán, donde los medios (tradicionales y no tradicionales) apenas si lograron montarse en la cola del ciclo de atención, porque la cabeza estaba ocupada por el presidente estadunidense, quien hizo la crónica en tiempo real.

Regresando a lo de antes, no todo es el mensaje, porque el alcance también importa y de eso se encarga el algoritmo. Con buen sentido de la realidad, Kyla Scanlon afirma que, en nuestra era, el algoritmo es un imitador de nuestros deseos. Me atrevo a añadir que no se trata sólo de inteligencia artificial, ya que igualmente nutre de emociones artificiales que tienden a ser contagiosas.

Con tal de amasar atención, el algoritmo define zonas de indiferencia, arroja armas de “distracción” masiva y define focos de atención intensiva. Como en los juguetes móviles que cuelgan de una cuna, en el campo de la virtualidad estas tres piezas se conectan entre sí. Mientras que la pugna por la atención es un esfuerzo por arrancar adeptos al bando de la indiferencia, la fabricación deliberada de distractores lo que quiere es hurtar público del adversario.

En el diminuto sitio que dejan libre esas dos fuerzas –distracción e indiferencia– surge la alquimia: la atención monetizada, o lo que es lo mismo, el bien escaso de la breve concentración que hoy determina inversiones, votos, fama, éxito y relevancia social.


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Ricardo Raphael
  • Ricardo Raphael
  • Es columnista en el Notivox Diario, y otros medios nacionales e internacionales, Es autor, entre otros textos, de la novela Hijo de la Guerra, de los ensayos La institución ciudadana y Mirreynato, de la biografía periodística Los Socios de Elba Esther, de la crónica de viaje El Otro México y del manual de investigación Periodismo Urgente. / Escribe todos los lunes, jueves y sábado su columna Política zoom
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