Según la última orden ejecutiva de Donald Trump en relación con los aranceles del 25 por ciento aplicados a la importación de vehículos del resto del mundo, ese 25 por ciento aplicaría a nada más la parte no producida en Estados Unidos. Según cifras de USTrade, el valor del contenido no estadunidense como porcentaje del valor total de las exportaciones de automóviles de México a Estados Unidos es de un máximo del 30 por ciento. Es decir que el ejercicio de tarifas del 25 por ciento anunciado por Trump tendría un efecto de un incremento en el precio de los automóviles exportados de México, de un 7.5 por ciento, lo cual considero que es asimilable en la demanda de autos en Estados Unidos con tal composición. O sea que es la estructura de cadenas productivas establecida a lo largo de la duración del T-MEC la que ha hecho prevalecer nuestras exportaciones en automóviles, independientemente ya de un T-MEC que en ese rubro al menos, y en todos los que a Estados Unidos se le ocurra imponer tarifas, está muerto.
Toca ahora a México maximizar el contenido mexicano de ese 30 por ciento porque, según cifras de la Secretaría de Economía, entre un 5 y un 10 por ciento de ese 30 por ciento no estadunidense, no es mexicano; está compuesto por partes de alta tecnología que importamos notablemente de Japón, Corea y Alemania. Si México, siguiendo en cadena el nuevo orden impuesto por Trump de maximizar el valor de la producción en México, impone tarifas a esos países, el resultado en libre comercio será contraccionario.
Al menos en el importante ítem de automóviles, el “Trump Affair” resultó en mucho ruido y pocas nueces para el caso mexicano.
Aparentemente.
Porque un daño importante de largo plazo, como hemos visto que puede suceder para México, será la contracción del mercado internacional. Y la contracción de cualquier mercado es dañina para las economías, porque disminuye las oportunidades para innovar y para satisfacer esa demanda que se contrae. El nuevo orden impuesto por Trump, de hecho, ya está considerado dentro del Plan México, donde el objetivo central es maximizar el valor de lo producido en México, a través incluso, de sustitución de importaciones. Lo que no es explícito en dicho Plan es que puede ser, incluso, a través de la imposición de tarifas hacia otros países, a merced de una contracción en el valor del comercio internacional.
Y el daño más importante es la incertidumbre de mercado que este régimen ha introducido, y su consecuente efecto en los precios financieros cuya inestabilidad indudablemente afectará nuestro crecimiento económico de largo plazo. Simplemente el tipo de cambio, por ejemplo, ha aumentado su variabilidad notablemente, lo cual dificulta la planeación de la inversión de largo plazo para nuestro país.
Tristemente, el daño de un presidente transeúnte, por más que su sucesor trate de revertir sus políticas proteccionistas, ya está hecho para el largo plazo.