Marca de agua. Ana Paulina Calvillo. Ficticia/Ediciones La Rana. México, 2023.
Decía Cortázar que la novela triunfa por decisión, mientras que el cuento gana por nocaut. Por su parte, Ricardo Garibay, con esa intención de definir ambos géneros, distinguía en la novela la necesidad de mostrar el desarrollo psicológico de los personajes; en tanto que el cuento lo concebía como una anécdota bien ejecutada. Ana Paulina Calvillo (Ciudad de México, 1974) quiso hacer un libro diferente, de carácter dual, porque Marca de agua puede leerse tanto como un volumen de cuentos que como una novela. George Steiner estaría encantado de ver que su teoría de los géneros híbridos adquiere forma en estas páginas.
El eje central es la familia, el clan, la historia colectiva, la memoria recuperada a través de varias generaciones, los instantes de felicidad y también las tragedias. Como si se tratara de una maldición, los varones de la familia De Anda mueren en edades tempranas, aunque esta circunstancia no impide que la estirpe se extienda y se nutra de sangre nueva. En el relato “Casa Habsburgo”, apunta Galia: “Eres quien eres, más la familia”. Líneas abajo la abuela grita desde la higuera: “Eres los ruidos, los murmullos y los rezongos”. El libro está impregnado de estas tres palabras que, vertidas en la prosa, se vuelven sólidas.

El ruido impera en el motor de un Chevrolet que Arturo desea poseer, con más exaltación, que contraer matrimonio con Magda, la hija del dueño del automóvil. Y se presenta también en el Opel Olympia, vehículo de 1935; y en la Chopper de Milwaukee que Arturo quiere quedarse. A Magda le tocó sentirlo: “El ronronear del motor entre sus piernas. Pasaba las velocidades con la mano, mientras su pie oprimía el embrague suicida. Todo a la inversa porque la chopper es así, distinta a las demás motocicletas. Magda puede sentir todavía la fuerza resistiendo entre los muslos, un cosquilleo acompasado, el viento chocándole en la cara”. La llegada de los vehículos irrumpe en las familias, acelera la tensión y, en cierta forma, intensifica el sonido, el egoísmo. Parece que los hombres y las mujeres provienen de mundos distintos: mientras que ellos prefieren las máquinas, la velocidad; ellas disfrutan de estar en contacto con la naturaleza, los animales, el agua, las competencias deportivas, los recuerdos de familia. El ruido aglutina además al sonido ensordecedor que deja un descuido, un accidente y deriva en un momento irremediable.
Los murmullos son esas verdades que todos conocen, pero que no se atreven a pronunciar. La muerte de un hermano, la prima que vive en la orfandad, el fallecimiento de Héctor, la herencia genética y la posibilidad de la ceguera, entre el ramillete de enfermedades que prevalecen en los miembros del clan. Acaso los padecimientos que sufren son vistos como una línea directa con la muerte, con la finitud de la existencia que, tarde o temprano, tendrá que detenerse en seco. En 1929, Virginia Woolf lanza un reclamo en su ensayo Estar enfermo, pues en la literatura no se abordaba el tema de la enfermedad sino que era visto como algo anodino. Años después Susan Sontag considera lo dicho por Woolf y escribe La enfermedad y sus metáforas (1978). Entre los malestares que hay en la familia se encuentran la melancolía (entendida como la enfermedad del alma con tendencia al suicidio) la apnea, la meningitis, el tinnitus, las piedras en los riñones, el alzheimer y el parkinson. Los susurros incluyen los momentos de nostalgia, cuando se lleva a cabo un recuento de los familiares vivos y los que ya se han ido. “Me levanto con el peso de las mujeres que llevo encima. Una nube se condensa en mis ojos bien abiertos. ¿Es un velorio? Esos hombres me miran y me bloquean la salida. Nuestros hijos están muertos. Un grito hueco”, escribe Calvillo.
Y los rezongos abarcan a los reclamos, los celos, las envidias, las sentencias indestructibles, los sinsabores de ese instante porque no se hace lo que los hijos o nietos quieren.
¿Qué es esa marca de agua? Acaso hay tres de respuestas, o tal vez más: una, es una imagen en el diseño de una página antes de imprimirse, es la herencia, aquello que define a la familia y quedará indeleble en cada uno de ellos. Dos, son esos surcos o arrugas que se forman en las palmas de las manos cuando alguien se sumerge por mucho tiempo en el agua, como las hermanas y la prima De Anda que son nadadoras, en particular, en el estilo de mariposa que “significaba el dominio completo: ritmo, elasticidad, coordinación y fuerza”. Y tres, es la manera que una de las hermanas tiene de exorcizar el desasosiego que experimenta cuando su marido decide irse por su cuenta y no acompañar a los suyos una noche durante las vacaciones. Ella se quedará en la alberca hasta que el padre de sus hijos regrese, su memoria quedará marcada por el agua.
En este cuentario/novela, la prosa de Ana Paulina Calvillo fluye, se enfoca en la polifonía de voces que trastocan una época de cambios convulsos y definitorios en una sociedad que se reconstruye cada determinado tiempo.