
Ernesto Lumbreras (Ahualulco de Mercado, Jalisco, 1966) le toma el pulso a la vida en el lugar que lo vio nacer: Ahualulco de Mercado. La intensión de su escritura recuerda lo que hizo Luis González y González con Pueblo en vilo. Microhistoria de San José de Gracia (1968), en donde elabora un recuento sobre el pasado de una comunidad y los rasgos que la identifican, sin caer en el culto a los héroes de la región.
“La mayoría de los microhistoriadores de la vieja guardia cierran sus libros con una nómina de los emigrados ilustres de la localidad en cuestión. Los de la nueva ola prescinden de los nombres propios, no creen que los individuos cuenten en las pequeñas comunidades”, escribe González y González. Aquí ocurre de manera inversa, cada habitante aporta algo insustituible en este mosaico de historias y vidas que se entrelazan. Lo prosa de Lumbreras se encarga de recuperar esa memoria colectiva que retrata a los habitantes de Ahualulco de Mercado, ciudad y municipio de la región de Valle, localizada a 68 kilómetros de Guadalajara. Es un recorrido por la infancia del narrador que emprende a partir de la crónica y el ensayo personal.
El escritor reflexiona, sopesa, divaga, retrata y retroalimenta su visón. Su escritura fluye como agua clara del arroyo El Cocolisco, que visitaban los pobladores de Ahualulco. A través de una prosa intimista comparte el gozo de esos instants of begins —a la manera de Virginia Woolf y Marcel Proust—. Se habla de la gasolinería, la huarachería, la fábrica de hielo, la panadería, el cine, la cárcel municipal, el club nocturno Flamingos, el puesto de revistas y el de dulces, el viejo rastro, el panteón municipal, la estación del tren, la paletería de la plaza, entre otros espacios representativos.
Es posible distinguir bifurcaciones que conducen hacia el relato breve, el monólogo, la bitácora, el fragmento, la crónica. Puede apreciarse como un cuaderno de viajes en donde se practica, probablemente como un pasatiempo, el paseo interior con aires de flaneur, reflexivo y, a veces, crítico. El objeto de estudio de Lumbreras son sus divagaciones, círculos concéntricos en torno a sus obsesiones y periplos: camina y desanda sobre sus huellas, trota en la región que lo vio crecer. El monólogo literario que construye avanza como en zig-zag, retrocede, vacila, desanda. El hilo en común de este tapiz cromático son los recuerdos, un ramillete de ellos.
Este colorido y multifacético ábaco está salpicado de anécdotas curiosas como la presencia del pintor comunista David Alfaro Siqueiros, en 1920, quien promovió entre los mineros la creación de sindicatos y, lo peor, “la vida de varios infantes que fueron bautizados con los hombres de Huelga y Militancia para las niñas, y el Hoz y Martillo para los varones”. Así como el cura Miguel Hidalgo, en 1810, tocó la campana de Dolores para proclamar la independencia, el cura José María Mercado hizo lo mismo “con el mismo apremio de ir a coger gachupines”. Otros destacados nombres de Ahualulco de Mercado son: los mártires de la Guerra cristera, los hermanos Vargas; el futbolista Luis “Pichojos” Pérez, “integrante de Los Once Hermanos del Necaxa, además de mundialista de Uruguay 1930”. Cabe señalar que hubo dos “Pichojos” que contribuyeron a la historia del balompié mexicano: el padre, ahualulqueño, y el hijo, Mario “Pichojos” Pérez Guadarrama, originario de Tepic, un futbolista que cazaba delanteros y por ningún motivo les permitía invadir su área. Otro hombre célebre de la región fue el diseñador Julio Chavéz, “quien vistió y desvistió a bellezas inquietantes de la talla y curvatura de Ninón Sevilla, Christiane Martel, Meche Barba, Yolanda Monte ‘Tongolele’”.
Tras la lectura del libro de Lumbreras, acaso, es lícito trazar una cartografía de la memoria que viene desde tiempos remotos como los Cuentos de Canterburry, de Goeffrey Chaucer; las crónicas de Azorín; y La feria de Juan José Arreola. Cada uno de estos títulos remite a la evocación colectiva y a las contribuciones de los habitantes de un pueblo que, entre todos, forjaron la identidad.
En cada región de México debe haber un puñado de historias que nutren la cultura de la región. Solo hacen faltan autores que, como Lumbreras, quieran asomarse al pasado y recuperar reminiscencias, lejos de un afán protagonista.
Mary Carmen Sánchez Ambriz
@AmbrizEmece