Los programas sociales de apoyo a los sectores más vulnerables fueron evolucionando a lo largo de las recientes tres décadas, hasta transformarse en verdaderos motores de cambio y desarrollo de capacidades en la población, y por supuesto, de avances en la movilidad social de recientes generaciones.
Evolucionando del salinista Programa Nacional de Solidaridad (Pronasol), con Ernesto Zedillo se creo el Programa de Educación, Salud y Alimentación (Progresa) ofreciendo por primera vez apoyos económicos para esos rubros, condicionados al cumplimiento de una corresponsabilidad.
Los esfuerzos del Estado mexicano alcanzaron su mayor nivel de perfeccionamiento con el Programa Oportunidades, administrado por los presidentes Vicente Fox y Felipe Calderón.
Durante esos sexenios, las reglas de operación establecían criterios muy estrictos de focalización de los apoyos para la incorporación y permanencia de las familias beneficiarias, así como mecanismos muy claros y transparentes para su baja definitiva.
Y al menos así fue hasta 2018, cuando la Cuarta Transformación en su afán de derrumbar todo lo bien construído, dio al traste todos los programas exitosos para sustituirlos con la simple entrega de dinero a caudales, hipotecando el futuro del país, sin una lógica más allá de la rentabilidad electoral inmediata.
Actualmente, en lugar de una evolución de las ayudas a los más vulnerables, vemos de manera muy lamentable un terrible retroceso.
Lo de los gobiernos morenistas no es de llamar la atención porque es por todos sabido, hasta por ellos mismos, que su negocio es el clientelismo político.
Del gobierno estatal panista, técnico y profesional sorprende el hecho de replicar un modelo de transferencias económicas sin focalización, ni criterios objetivos de evaluación o indicadores de desempeño.
Lo dicho: lo de hoy es una perniciosa pandemia consistente en dar dinero al por mayor, sin reglas de operación de por medio. Lamentable retroceso.