El informe es más que revelador: de acuerdo con datos de la Encuesta Sobre Movilidad Social de la Fundación Espinosa Rugarcía (ESRU-EMOVI) cuyo análisis para el 2025 elaborado y publicado por el Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY), parece corroborar el adagio popular: infancia es destino.
O dicho de otra forma: el origen socioeconómico al nacer condiciona más que otro factor en sí mismo la calidad de vida que alcanzará un mexicano.
Hace unos días reflexionábamos en este espacio los datos relativos a la supuesta reducción de la pobreza. Pero de nada sirve que menos personas, concedamos, vivan condiciones de carencia, o la falta de sus satisfactores sean, por decirlo de algún modo, menos severos, si por su propio esfuerzo difícilmente escalarán peldaños en la esfera social.
Este es el primer aspecto demoledor de la Encuesta Sobre Movilidad Social: el ciclo intergeneracional de la pobreza será heredado, sí o sí, tres de cada cuatro veces, para todos aquellos que tuvieron la desventura de haber nacido en el estrato más pobre de la población mexicana: 73 por ciento de los mexicanos de los hogares con menores ingresos jamás superarán la condición de pobreza, por más que se esmeren, o no.
Hay factores estructurales, desigualdad de oportunidades, que poco favorecen la consecución real de prosperidad y no existen condiciones justas de desarrollo del potencial de los mexicanos.
¿Que hay casos de éxito? ¿Que sí hay historias de personas que viniendo del quintil más bajo de la pirámide social llegan a la cúspide? Es cierto. Pero si atendemos a los fríos y reveladores datos, ellos son solo la excepción que confirma la regla: llegan apenas al 2 por ciento de los casos.
El análisis no tiene desperdicio: más de la mitad de los morenos nacidos pobres lo seguirán siendo en la edad adulta, mientras que entre los niños de piel clara, solo lo será una tercera parte... ¿La realidad nos interpela? ¿O no?