Parece que todos los grupos políticos progresistas coinciden en que en México necesitamos una reforma electoral innovadora y avanzada que enriquezca la democracia y fomente los equilibrios políticos.
La reforma electoral actual es resultado de cambios de forma pero no de fondo y continúa con los vicios antidemocráticos del pasado, por ello deben ajustarse al cambio de los tiempos, para impedir perversiones democráticas, como lo es que la reacción con su poder económico sustituya la voluntad democrática del pueblo de México.
Así la reforma electoral es sin duda una de las principales iniciativas anunciadas por la presidenta Claudia Sheinbaum, cuyos ejes centrales son conocidos y pretenden evitar las principales distorsiones que han afectado la estructura democrática del país.
Primero, reducir el elevado costo de las elecciones, por lo que deben revisarse los montos de financiamiento público de los partidos políticos y de los gastos del INE.
Un problema importante es su funcionamiento tanto administrativo como político, porque se ha visto que el INE se politiza y se deja seducir con facilidad por la intervención del poder económico, lo cual se aprecia en las decisiones que toman los consejeros y a veces opera como un partido de oposición; así, se requiere una estructura, apartidista y refractaria al poder económico. Para ello se contempla que la elección de los consejeros del INE sea también por la vía de elección popular.
Segundo, con el avance de la tecnología y la ciencia es posible realizar elecciones mediante voto digital, claro, con los candados necesarios y los mecanismos adecuados que impidan el hackeo de las elecciones. Es posible hacerlo si hay voluntad política, lo cual reduce los costos y da eficiencia a los resultados.
Tercero, tres asuntos difíciles porque involucran a quienes tienen que aprobarlos, pues muchos lo consideran como un harakiri político: uno es evitar el nepotismo, es decir, las dinastías políticas, pues algunas familias se perpetúan en el poder.
Otro asunto son los plurinominales, el caballo de Troya legislativo de la reacción. Los que defienden a los plurinominales manifiestan que hay que darle voz a las minorías, pero eso es falso, porque la reacción compra esas posiciones, lo que provoca parálisis legislativa. Y, por último, que los legisladores no puedan reelegirse al menos por periodos continuos.