El jueves 29 nos enteramos del fallecimiento de uno de los más intensos protagonistas y promotores de la música electrónica en México. Juan Carlos González encarnó a un personaje de leyenda con una sofisticada personalidad y carácter de altos contrastes, quien tras una larga y exitosa carrera en el campo de la publicidad decidió volcarse sobre su máxima pasión a tiempo completo.
Lo vi en directo encarnar a María Bonita (una especie de dark cabaret) junto a su hermano Mario; a finales de los ochenta estuve en Rockotitlán para la presentación del show Dios nunca muere y en el que sonó “Reza el rosario”, entre la maraña de sintes que manipulaba Mateo. Tratando de reflejar lo siniestro de la infancia hicieron una canción llamada “La familia Pachuca” -una verdadera rareza-.
Luego le seguí la pista en medio del estallido del rave y las distintas versiones de Década 2, el proyecto musical de su vida y que al final presentaba él solo. Apasionado de la tecnología, de Astroboy y Ultraman, impartía conferencias y comercializaba mercancía.
En 2016 presentamos junto a Pilar Ortega y Alejandro Mancilla un libro sobre Joy Division; ahí apareció el pasaje de su blog que lo acercaba al Duque Blanco. Mateo tuvo un problema en los ojos y terminó con un color distinto en cada uno; ese texto puede leerse en Bowie: amor moderno para aliens, publicado en Rock para leer de la revista Marvin; fue su primera participación formal en un libro y ello le emocionó mucho. Al poco tiempo anunció que editaría sus memorias, que esperemos no tarden.
Un hombre erudito, volcánico, que jamás cesó de difundir el evangelio electrónico y del que me quedó con la idea de que era un esteta y un sibarita de tiempo completo.