A cualquiera que tuviera ese libro y no lo compartiera, le diría: saca, sacatito… pal conejito… no sea hojaldra y mochese. Y es que cuando se tiene barrio se paladea el caliche, se masajea la verborrea, se recrea la palabra. Es en lo que pienso tras de leer Manual de carroña, el esperado debut bibliográfica de uno de los capos cañonieri de la crónica más machina y perrona.
Y es que en esto de la escribancia se tiene el toque y se rola, o nomás se queda uno como el chinito. Alejandro González Castillo aprovecha su vivencia de la cultura popular y la deja Irineo en cada uno de sus textos que trasudan caguama y jalón para echar una wacheada al fango y otras colonias aledañas. Desde Aragón o la San Felipe está dispuesto a hacer malabares de esquina con el lenguaje y a actualizar la onda de la literatura de la onda; es digno sucesor del maese Parménides García Saldaña y hasta da cuenta de cuando mandó por las birras a nuestro chamán José Agustín.
El Manual de Carroña es el nuevo madrazo que ha asestado El Salario del miedo, el sello editorial que conduce uno de nuestros heavy weight de la literatura nacional: J. M. Servín. Es así como el Alex se atreve a ser un swinger rascuache, es levantado por presunto revendedor o la padece como mochilero rocker en las Europas. Me ha tocado con él librar La batalla del Alamei (el torito regiomontano), ir picando piedra de feria en feria y rifarnos en la necia de mantener vivo el periodismo musical sin ser lameculos o agachón. A Alex le gusta la prosa maciza y el entre intelectual que te parte la madre. Está escribiendo muy machín y se los recomiendo, ya que como dice Belafonte Ramírez es el que convoca al destroy grueso.
